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Cybercirujeo para la construcción de una ciudadanía digital 1
Nicolás Wolovick
Hace 40 años se vivía la recuperación de la democracia en la Argentina y casi en simultáneo se concretaba la instalación de la primera red nacional de datos, ARPAC, operada por ENTel. Aquel hecho, sumado a la popularización de las computadoras hogareñas, fue gestando las primeras comunidades digitales de nuestro país, en un momento en que Internet no existía, pero ya se perfilaba su nacimiento. Sería recién a mediados de la década de 1990 cuando todas esas redes de datos sucumbieron finalmente ante el protocolo TCP/IP bajo el cual funciona Internet.
Lo que no cayó fue, indudablemente, el afán de las personas por comunicarse y formar espacios de socialización digitales. El fin del milenio fue un espacio prolífico y un campo bastante libre dentro del cyberespacio, tierra fértil para la gestación de infinidad de proyectos. La red no era toda una gran estancia alambrada de publicidad sino que todavía se podía transitarla y habitarla con cierta libertad e independencia. Ese período no duró demasiado, pues prontamente las grandes empresas de la tecnología entendieron que allí estaba el negocio y comenzaron a posicionarse como los oligarcas del dato que hoy conocemos.
Paralelamente a todo este proceso complejo que no ahondaremos en describir se iba gestando una idea de ciudadanía digital, ya desde los albores de los BBS.2
Muchos han escrito sobre estas ideas que entrecruzan la filosofía, la política y tantas otras ramas humanas más con lo que sucedía en la red: desde los textos de Hakim Bey hasta la Declaración de Independencia del Ciberespacio o textos más actuales como los de Byung-Chul Han. El corpus más grande de este tipo de textos está cooptado por autores muy alejados de nuestra realidad sudamericana, por lo que resulta crucial plantar una mirada sudaca de la situación.
La privatización de la vida digital
Durante las décadas de 1980 y 1990 se podía vivir desconectado de la informática. La computadora estaba relegada a espacios muy concretos, y si bien ganaba popularidad, todavía no era la norma. Pasado el milenio, con la masificación de Internet, la simbiosis entre los semiconductores y las redes de datos se hizo inseparable y a ella se unieron todos: empresas y, fundamentalmente, Estados. La irrupción de los smartphones hizo que todo eso creciera aún más y fuera cada vez más difícil vivir por fuera de ese ecosistema. Paulatinamente todas nuestras comunicaciones e interacciones sociales fueron llevadas hacia plataformas que son dominadas por un puñado de empresas que usufructúan nuestros datos en pos de sus beneficios económicos. Esta situación no es otra que la naturalización de relaciones de poder invisibilizadas entre quienes utilizamos plataformas digitales de comunicación y las empresas que las regentean. De esta manera se fue sucediendo un fenómeno particular: por un lado la ampliación de la base de personas que se conectan a Internet, de la mano de la popularización y abaratamiento de los dispositivos (smartphones y computadoras), pero por el otro, la privatización absoluta de las redes de datos y las plataformas que corren sobre ellas. Pensemos que originalmente Internet fue un desarrollo pensado desde los Estados y que la informática hogareña se sumó de manera autogestiva.
Así, todas las plataformas de comunicación digitales que utilizamos nos son ajenas; nuestra vida virtual está íntegramente mediada por algoritmos empresariales e intereses espurios de los oligarcas del dato. Si hace algunos años gritábamos por la independencia del cyberespacio, ¿cómo podemos siquiera pensar en plantear una ciudadanía digital si la única legislación que impera en los espacios que habitamos son los delirios de grandeza de Elon “Luthor” Musk?
El quehacer cyberciruja
Nuestro país se caracteriza por poseer una ciudadanía activa que lucha para mejorar sus condiciones de vida. Hace 40 años que nuestra sociedad pelea sin tregua, organizándose políticamente en los territorios, ya sea en partidos políticos, agrupaciones vecinales, clubes de barrio, centros de jubilados, bibliotecas populares u otros espacios colectivos. Pero aquel mundo ya es completamente distinto al que nos toca habitar hoy. Las big tech y los oligarcas del dato dominan nuestra vida digital y toda nuestra experiencia de militancia y organización territorial ciudadana no está viendo que las nuevas batallas políticas se darán en las autopistas del dato.
Ante esta situación, Cybercirujas surge como una agrupación de militancia y hacktivismo territorial que busca aunar distintas tradiciones. Por un lado, los espacios ciudadanos clásicos de construcción de ciudadanía en base a acciones de militancia territorial; por el otro, las acciones clásicas del hacktivismo propio de agrupaciones con base en el cyberespacio. En este sentido, Cybercirujas se presenta como un espacio de militancia enfocada en problemáticas de tecnopolítica, como la privacidad de datos, el acceso a los dispositivos informáticos, el cuestionamiento a los oligarcas del dato y fundamentalmente la concientización en torno a todas las problemáticas que surgen de la mediación de nuestras vidas a través de algoritmos de cómputo regenteados por las big tech. En este sentido, nuestras acciones se encaminan tanto en la recuperación de hardware para recircularlo entre quienes necesiten una computadora, como también en la concientización de que dichos equipos se desechan porque el mercado del cómputo necesita de un recambio constante. Estamos en medio de un ciclo vicioso, donde el complejo microelectrónico, las big tech y las empresas de comunicaciones construyen el futuro; es decir, la profecía autocumplida de Gordon Moore, duplicar la cantidad de transistores cada dos años. Doble de almacenamiento, doble de ancho de banda, doble de poder de cómputo cada dos años. Pocas y pocos se detienen y preguntan ¿por qué?, ¿para qué?, ¿es esto sustentable en una concepción muy simple: habitantes del único planeta en el cual podremos vivir en los próximos mil años?
Hacia una ciudadanía digital cyberciruja
En torno a estas problemáticas resulta necesario el fortalecimiento de nuestra democracia a partir de la construcción de una ciudadanía que tenga su base también en lo digital. Debido a lo laxo de las fronteras en el cyberespacio, estos ejercicios de ciudadanía digital exceden ya los límites de los Estados y naciones, y se perfilan hacia todo el globo. En este sentido es necesario plantear mecanismos de acción política dentro de estructuras de organización ciudadana ya establecidas. Entendiendo que todo el mundo utiliza la red, ¿por qué las agrupaciones sociales o de militancia, sean de cualquier color político, no se cuestionan qué plataformas utilizan para comunicarse? Muchas de ellas probablemente traten temas sensibles; pensemos en ONG que trabajan temáticas medioambientales, que luchan contra redes de trata, de narcotráfico u otras problemáticas. Seguramente, las plataformas que usen sean propiedad de la oligarquía del dato, la cual no tendría ningún inconveniente en ofrecer esa información sensible al organismo estatal que lo requiriera.
Pensémoslo de la siguiente manera. Dejamos muchísimas cosas en manos de empresas privadas: educación, salud e incluso seguridad; pero también el acceso a servicios básicos como el transporte o la electricidad. Entre esos privados y nosotros aparece el Estado, que media, que regula, que organiza. Podrá hacerlo mejor o peor, esa es otra discusión, pero los marcos regulatorios existen. Entonces, ¿qué marco existe para toda nuestra vida digital que se sucede en plataformas de las big tech? El Estado nacional poco puede hacer contra empresas que desconocen de límites. Podemos ir incluso a ejemplos más concretos. Redes como Instagram o TikTok, ampliamente utilizadas por los jóvenes, generan muchísimos trastornos de ansiedad, de autoestima y depresión; sin embargo, poco y nada se hace al respecto. Si los Estados pudieron regular a las tabacaleras y a las cerveceras, ¿no sería posible plantear un marco similar para estos casos? Para que esto suceda se necesita claramente una ciudadanía digital activa que plantee que hay un problema que debe ser puesto en discusión y, de esta manera, buscar un mecanismo de acción a seguir.
Cuando se naturaliza un hecho se invisibilizan las relaciones de poder que involucra. Así como se naturalizó durante muchos siglos la dominación patriarcal, ocultando el sometimiento de las mujeres, análoga situación sucede con nuestra vida digital. Para que esto cambie la sociedad debe concientizarse y problematizarlo. Lo que sucede en el cyberespacio repercute directamente sobre el mundo real, ya sea porque la juventud padece cada vez más de trastornos de ansiedad como también por el cataclismo ecológico que significa tener que cambiar cada dos o tres años un celular porque las aplicaciones que utilizamos día a día para comunicarnos dejan de funcionar.
La organización vence al tiempo, dijo Perón hace varios años ya. Cybercirujas se articula como una comunidad organizada en la cual quienes forman parte de ella proponen mecanismos de acción sobre el territorio o el cyberespacio para articular las problemáticas de las big tech y el descarte de equipos informáticos. Ninguna de nuestras acciones, o de las futuras acciones, son posibles si no hay una grupalidad atrás traccionando y motorizando discusiones. Es necesario que como ciudadanía que ya está transitando los 40 años de democracia ampliemos las bases de discusión para la construcción de la vida pública. El mundo ya no es el mismo, por suerte; grandes cambios positivos surgieron en estas cuatro décadas. Pero tras esas victorias democráticas que pudimos obtener quedan aún muchas batallas por seguir librando y si no nos organizamos y planteamos discusiones tecnopolíticas en los ámbitos tradicionales de construcción ciudadana nos resultará más difícil organizarnos cuando el poder de los oligarcas del dato ya sea imposible de tapar.
1. El autor agradece a Sergio Andrés Rondán por sus aportes y sugerencias para este texto.
2. Ver en este mismo volumen el artículo “Una historia de los BBS argentinos”, pp. 263-270.