Educación y tecnologías en la Argentina democrática

La inclusión, entre las tensiones persistentes y las emergentes

Mariana Maggio

Presentación

La recuperación de la democracia en la Argentina inaugura un ciclo de construcción de conocimiento crítico sobre las prácticas de la enseñanza y los procesos de aprendizaje como objetos de estudio. No se trata solo de la decisión fundamental de abordar estos temas centrales para la educación desde los trabajos de investigación que empiezan a realizarse de modo sistemático, especialmente en el seno de las universidades nacionales, sino de deconstruir los abordajes previos, propios de la racionalidad técnica, apoyados en el conductismo y la teoría de sistemas. En el campo de la tecnología educativa esto implica una revisión que permite desarrollar los fundamentos epistemológicos y metodológicos para abordar el análisis de las prácticas educativas entramadas con tecnologías en los despliegues de las décadas sucesivas hasta llegar a hoy. Nos enfocaremos en el reconocimiento de algunos de los momentos que resultan claves en estos 40 años de democracia y en algunas de las categorías conceptuales que permiten interpretar sus sentidos, especialmente a partir de la inclusión de las tecnologías de la información y la comunicación. También presentaremos algunas hipótesis sobre las tendencias actuales y los fenómenos emergentes.

Los esfuerzos iniciales

En los primeros años de democracia se realizan esfuerzos de dotación de equipamiento llevados adelante, en general, por las instituciones y sus comunidades. Son muchas las escuelas en las que aún encontramos equipos de audio, proyectores y televisores adquiridos en esa época. Recién hacia mediados de la década de 1990 empieza a consolidarse en la Argentina el modelo de laboratorio de computación como forma de incorporación de equipamiento informático en las instituciones educativas, llevado adelante a través de iniciativas, no siempre articuladas, del gobierno nacional, los gobiernos provinciales, las instituciones y las propias comunidades. Esto resulta en un “mapa heterogéneo en el que la dotación de equipamiento no configuró parte de un plan estructurado ni estuvo sostenida por una visión acerca de su sentido pedagógico” (Maggio, 2012: 52).

La irrupción de Internet en la escena educativa configura un hito fundamental. En las universidades empieza a generalizarse el acceso hacia finales de la década de 1990, con la provisión de servicios de correo electrónico a los docentes en sus hogares y la instalación de laboratorios conectados. En la década de 2000 se suma la puesta a disposición de plataformas virtuales, que emerge para sostener la modalidad a distancia, pero rápidamente se empiezan a ofrecer también para el enriquecimiento de las clases presenciales, aunque sin niveles de adopción significativos. En el ámbito de la escolaridad básica se destaca la creación en el año 2000 del portal educativo nacional educ.ar, con foco en el desarrollo de contenidos digitales, cuya continuidad se ratifica en el año 2003 con un enfoque distinto, centrado en la participación a través de blogs como tendencia cultural del momento.

En estos movimientos empieza a resultar evidente que a la hora de educar ya no es lo mismo contar con un dispositivo conectado a Internet que no hacerlo, preocupación que empieza a atravesar todos los niveles del sistema educativo e interpela tanto a las políticas como a las instituciones que empiezan a registrar con preocupación la necesidad de prepararse para la era de la información (Castells, 1999).

La inclusión como camino y la expulsión como contracara

La escena cambia de modo rotundo cuando, hacia mediados de la década de 20001, desde las políticas de la región se empieza a reconocer que, en un mundo distinto con todas sus actividades centrales atravesadas por las tecnologías de la información, la inclusión digital se configura como un derecho asociado al derecho fundamental a la educación. Para el programa Conectar Igualdad, lanzado en 2010, ese es su objetivo privilegiado:

Promover la igualdad de oportunidades a todos los jóvenes del país proporcionando un instrumento que permitirá achicar la brecha digital, además de incorporar y comprometer a las familias para que participen activamente (Maggio, 2012: 54). 

El programa se propone alcanzar todas las escuelas secundarias, especiales y los institutos de formación docente de gestión estatal y alienta el desarrollo de otros programas provinciales que se enfocaron en el nivel primario. 

En los estudios realizados en este período (Maggio, 2016) identificamos una inclusión de doble carácter. Por un lado, un carácter vinculado a un derecho que es necesario reconocer y garantizar: no es lo mismo estar incluido digitalmente a la hora de educarse que no estarlo si ello supone el acceso a los bienes culturales, a tendencias emergentes y a formas de participación política, social y cultural que se van complejizando. Por otro lado, un carácter epistemológico que se conforma desde el momento en que las tecnologías de la información y la comunicación empiezan a atravesar las formas en que se construye el conocimiento disciplinar. A partir de este carácter las tecnologías ya no entran en el aula por moda buscando una presunta aura de modernidad sino porque algunos docentes empiezan a reconocer los atravesamientos de las tecnologías en la sociedad y el conocimiento y, con este sentido genuino, las incorporan en sus prácticas. Esto supone superar las visiones instrumentales centradas en las herramientas como algo que se puede poner o sacar, para plantear otras de orden cultural y epistemológico en las que, junto con la necesaria formación didáctica, las tecnologías emergentes se integran en las prácticas de la enseñanza en un rediseño que pone en tensión los rasgos clásicos persistentes y hace que sucedan en clase experiencias relevantes y propias del tiempo en el que tienen lugar. 

La contracara de esta inclusión de doble carácter es la expulsión (Sassen, 2015). Docentes entrevistados en nuestras investigaciones señalan que un dispositivo conectado es el acceso a la literatura en un hogar sin bibliotecas, la posibilidad de armar un curriculum vitae para conseguir un trabajo y la oportunidad de comprender las formas contemporáneas de conocimiento. En palabras de una profesora de escuela secundaria:

Como sociedad, como docentes, creo que tenemos la responsabilidad de restituir derechos. Tomamos conciencia de que tenemos que gestionar quizá la única oportunidad que tienen estos chicos para poder mirar la vida de otra manera (profesora de metodología de la investigación, provincia de Mendoza, año 2011).

Más allá de los enormes esfuerzos realizados, las iniciativas no logran llegar a todos los estudiantes del sistema educativo. Hacia el año 2015, y con los cambios en el gobierno nacional, las entregas masivas de computadoras empiezan a suspenderse. La creciente expansión de telefonía celular inteligente en el mercado de consumo no alcanza para penetrar las zonas rurales ni los sectores más vulnerables y hacia finales de la década de 2020 se registran deudas tanto desde el punto de vista de la conectividad a Internet de calidad como desde el acceso a dispositivos, en las aulas y en los hogares de docentes y estudiantes2.

Tiempos de mutación y experiencias alteradas

En su libro The Game Alessandro Baricco analiza retrospectivamente las décadas hasta aquí brevemente reseñadas y concluye que aquello que se estaba produciendo era una revolución mental. Mientras las políticas y las iniciativas mencionadas tienen lugar, nuestras subjetividades empiezan a encarnarse en una realidad diferente, física y virtual al mismo tiempo (Baricco, 2019: 92). El mismo autor señala que a los docentes nos cuesta entender el cambio de juego que, con los teléfonos celulares en la mano, nos depositó físicamente en las redes sociales (:142). Esa es la tendencia de la que los estudiantes incluidos digitalmente empiezan a participar de modo intenso en sus vidas cotidianas mientras las aulas comienzan a lucir lentas y grises. 

Así están las cosas cuando nos sorprende la pandemia por COVID-19. El cierre abrupto de los edificios de las instituciones educativas de todos los niveles en marzo de 2020 en el marco de las decisiones de aislamiento y distanciamiento social preventivo obligatorio genera una conmoción (Maggio, 2020). La imposibilidad de acceder a los espacios físicos es acompañada por la decisión política de seguir educando. Desde las políticas, las instituciones y las prácticas docentes se realizan enormes esfuerzos por sostener a los estudiantes en el sistema. El conjunto de la comunidad abraza las alternativas tecnológicas a disposición, que dejan expuestas, entre otras cuestiones, las deudas en materia de inclusión digital, y obligan a llegar con propuestas en materiales impresos, radio y televisión. Para los incluidos digitalmente todo resulta un poco más sencillo dentro de una enorme complejidad vital. Para quienes no lo están, implica quedar afuera del sistema educativo3. 

La mutación (Berardi, 2020) de la pandemia muestra la profundización de las tendencias culturales que giran en torno de lo viral
(Carrión, 2020). En el plano de las prácticas de la enseñanza se produce una serie de interesantes alteraciones (Maggio, 2021) en algunas de las dimensiones que más marcadamente estructuran la experiencia educativa. Se altera el espacio, cuando de un momento a otro se empieza a enseñar fuera de las aulas físicas; el tiempo, que se diluye en ausencia de las marcas que le imprimen su despliegue en los edificios; y la currícula, con acuerdos importantes en todos los niveles educativos sobre la necesidad de priorizarlo. Finalmente, queda claro que es necesario revisar las propuestas de evaluación, ante la dilución de las formas habituales de implementarlas marcadas por un control cercano que en la virtualidad resulta prácticamente inviable. Por las razones menos pensadas se dan condiciones excepcionales para que la revolución mental de la cultura sea abrazada en una suerte de reinvención de la enseñanza. Sin embargo, esa revolución pedagógica ahora favorecida por el contexto no necesariamente ocurre. En un primer lugar el énfasis de las propuestas pedagógicas se centra en la puesta a disposición. “Subir”, “publicar”, “enviar” y “compartir” son las palabras más usadas para referirse a la entrega de explicaciones, actividades, ejercicios, tareas y evaluaciones, en distintos formatos. Se trata de llegar al estudiantado para que tenga una propuesta en la mano. Más adelante, cuando las condiciones de acceso a la tecnología lo permiten, el foco se ubica en los encuentros sincrónicos, que emulan la clase en el espacio del aula física. Otro esfuerzo loable que, sin embargo, gira en torno de la explicación docente cooptando el mayor tiempo de la escena. Un modelo que –lo sabíamos antes de que la pandemia empezara– teníamos que desarmar. 

Quedan dos fuerzas montadas y operando en el retorno a la presencialidad, parcial en 2021 y plena en 2022. La primera es la fuerza que desarrolla la docencia para actuar colectivamente en el medio de la crisis, creando propuestas inéditas de enseñanza en colaboración en los entornos virtuales que, finalmente, se adoptan de modo masivo. La segunda es la conciencia que desarrollan los estudiantes acerca de que la enseñanza ya no tiene que ser lo que era antes de la pandemia y su reivindicación del derecho a tener propuestas de enseñanza alternativas y no solo presenciales, que se hace oír con mucha fuerza, especialmente en los niveles superiores del sistema educativo. Lo híbrido emerge con una potencia arrolladora para convertirse, tal vez, en el salto hacia adelante que estamos necesitando para abrazar, por fin, unas prácticas más contemporáneas, propias de los tiempos de mutación que atravesamos y que, por eso mismo, resulten mucho más inclusivas. 

Extracción y después. Lo artificial y lo humano

Como no podía de ser de otra manera, las últimas décadas marcan también la expansión de los campos disciplinares en el ámbito de las ciencias de la computación. A escala global se instala la preocupación por la inclusión de estos saberes en la currícula de todos los niveles. En el nivel superior se renuevan los planes de estudio y se crean numerosas carreras; en la educación básica se generan algunos movimientos tendientes a la inclusión de los denominados contenidos STEM y la presión para que sean abordajes en materias específicas4, lo cual aliviaría, entre otras cuestiones, la brecha de género. 

En los primeros meses de 2023, mientras se transita una suerte de alivio pospandemia, se encienden las alarmas de lo que puede llegar a ser un nuevo hito o, quizás, hasta un cambio de época, con los desarrollos de OpenAI5 y, especialmente, la estrella del momento, el chatGPT6. Esta interfaz, de la que apresuradamente podríamos decir que está al alcance de todos aunque sabemos que esto no es así porque no todos tienen dispositivos conectados, se expande a una velocidad inusitada y termina de poner en cuestión los resabios clásicos –explicativos, aplicativos y verificativos– de la enseñanza que siguen sobreviviendo, incluso más allá de los embates de la pandemia. Mientras las autoridades educativas y docentes miran el asunto con cierta incredulidad e inocencia, muchos estudiantes advierten que gran parte de lo que en sus clases se les solicita como prueba de aprendizaje el chatGPT lo resuelve. A la resistencia se le acaba el tiempo. 

¿Qué hay detrás de estos desarrollos de inteligencia artificial que empiezan a quitarnos el sueño y tal vez constituyan una clave importante para proyectar las próximas décadas de vida democrática? En días de debate y experimentación se desataca el análisis de Kate Crawford, quien sostiene que

la inteligencia artificial (AI) no es artificial ni inteligente. Más bien existe de manera corpórea, como algo material, hecho de recursos naturales, combustible, mano de obra, infraestructuras, logística, historias y clasificaciones. Los sistemas de AI no son autónomos, racionales ni capaces de discernir algo sin un entrenamiento extenso y computacionalmente intensivo, con enormes conjuntos de datos o reglas y recompensas predefinidas. De hecho, la AI como la conocemos depende por completo de un conjunto mucho más vasto de estructuras políticas y sociales. Y, debido al capital que se necesita para construir AI a gran escala y las maneras de ver que optimiza, los sistemas de AI son, al fin y al cabo, diseñados para servir intereses dominantes ya existentes. En ese sentido, la AI es un certificado de poder (Crawford, 2022: 29).

Mientras terminamos de comprender los efectos expulsivos que conllevan las deudas en materia de inclusión digital empieza a correr el tiempo de descuento de un juego distinto centrado en la extracción, primero de minerales y, luego, de datos (Crawford, 2022). ¿Cuáles son las preguntas que necesitamos hacernos para definir las políticas y las prácticas que sostengan y profundicen la democracia en los próximos 40 años y más en un mundo en el que las reglas están cambiando aceleradamente? ¿Qué esfuerzos tenemos que hacer en materia de educación en un contexto en el que apenas estamos empezando a comprender los rasgos –y los sesgos– de los desarrollos tecnológicos emergentes? ¿Cómo terminar de despojar las prácticas educativas de la nostalgia para pegar un salto que nos permita defender el sentido de lo humano frente a lo artificial?

Lo construido en estas cuatro décadas sienta las bases para nutrir un proyecto político educativo consistente, no contingente, en el que cada estudiante esté incluido digitalmente; sea integrado al sistema escolar a través de propuestas alternativas en atención de su contexto, garantizando el derecho a la finalización de todos los niveles educativos, incluso el superior; y comprenda de modo crítico un mundo cuya transformación se acelera, siendo parte de una experiencia pedagógica contemporánea que le permita construir colectivamente un horizonte de humanidad y esperanza.

Bibliografía

Baricco, A. (2019). The Game. Buenos Aires: Anagrama.

Berardi, F. (2020). El umbral. Buenos Aires: Tinta Limón.

Carrión, J. (2020). Lo viral. Barcelona: Galaxia Gutenberg.

Castells, M. (1999). La era de la información. Economía, sociedad y cultura. México D.F.: Siglo XXI editores.

Crawford, K. (2022). Atlas de inteligencia artificial: poder, política y costos planetarios. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Maggio, M. (2021). Educación en pandemia. Buenos Aires: Paidós.

—–— (2020). Las prácticas de la enseñanza universitarias en la pandemia: de la conmoción a la mutación. Campus Virtuales, 9(2), 113-122.

—–— (2016). Las tecnologías de la información y la comunicación en las prácticas de la enseñanza. Hacia una tecnología educativa re-concebida. Tesis doctoral. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires.

—–— (2012). Entre la inclusión digital y la recreación de la enseñanza: el modelo 1 a 1 en Argentina. En revista Campus Virtuales. Monográfico “Las políticas iberoamericanas TIC para la Escuela. Miradas desde las dos orillas”. 

Sassen, S. (2015). Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires: Katz Editores.

1. Visión estimulada por Nicholas Negroponte y el lanzamiento de su programa One Laptop Per Child en 2005.

2. Según el informe de acceso y uso de tecnologías de la información y la comunicación de la Encuesta Permanente de Hogares, “en el cuarto trimestre de 2019 se registró que el 60,9% de los hogares urbanos tiene acceso a computadora y el 82,9%, a Internet. Además, los datos muestran que, en la Argentina, 84 de cada 100 personas emplean teléfono celular y 80 de cada 100 utilizan Internet” (pág. 3). 

3. De acuerdo con la Encuesta de Percepción y Actitudes de la Población. Impacto de la pandemia por COVID-19 y las medidas adoptadas por el gobierno sobre la vida cotidiana publicada por UNICEF en febrero de 2022, “los hogares en los cuales las y los estudiantes no cuentan con computadora para realizar tareas escolares y conectividad a Internet domiciliaria reportaron situaciones de abandono en mayor medida (5%)” (pág. 57). 

4 .En la Argentina se destacan las reivindicaciones de ADICRA y los esfuerzos programáticos de la Fundación Sadosky. 

5. Véase https://openai.com/.

6. Véase https://chat.openai.com/.

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