El golpe de Estado y la transición a la democracia.

Intelectuales, académicos y espacio público político

Cecilia Lesgart

1. Dictadura, reorganización de la ciencias sociales y producción de la idea democrática

El último golpe de Estado y la instalación de la dictadura cívico-militar (1976-1983) en la Argentina desencadenó, a través de una ostensible represión y de la organización estatal y clandestina del terror, la desestructuración del mundo público y político anterior. En un contexto de fuerte lucha política, de desmantelamiento de las modalidades organizativas anteriores, de prohibición de la palabra pública, de persecución, tortura y desapariciones, el régimen cívico-militar alcanzó a las prácticas de los/as intelectuales dedicados/as a las ciencias sociales. Y también a las instituciones académicas y universitarias, interviniéndolas, exonerando a académicos/as que tenían labores de investigación científica o de docencia universitaria, restringiendo la circulación pública de la palabra y de escritos críticos o disidentes, forzando el exilio o la migración para proteger la vida. Por lo que el trabajo de los y las científicas sociales que tenían una labor política, intelectual o académica, y que no adherían a la dictadura militar, se desplazó hacia espacios que se construyeron por fuera del Estado y de las fronteras geográficas nacionales. La clausura del espacio público político, de las oportunidades laborales, institucionales, de financiamientos, provocó, paradojalmente, un territorio geográfico amplio, regional e internacional, en el cual se canalizó la actividad académica e intelectual. 

Esto sucedió en espacios formales e informales que se constituyeron como paraguas institucionales, foros de discusión y universidades itinerantes, que lograron mantener una reflexión y una producción teórica crítica y alternativa frente a la obliteración pública impuesta por el régimen militar. Se crearon o consolidaron instituciones privadas, de interés público y autónomas de los gobiernos y/o de los Estados, nacionales y regionales, proyectos de investigación financiados regional o internacionalmente, grupos de trabajo y prácticas intelectuales formales e informales (seminarios, jornadas de debates, publicaciones periódicas). Estos espacios permitieron, singularmente, la reinstitucionalización de la actividad académico-intelectual por fuera del Estado, de las universidades nacionales, de las instituciones oficiales como el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Aunque no todas se relacionaron entre sí, los/as académicos/as e intelectuales se vincularon con varias al mismo tiempo. Entre ellas, la red de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), como el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). En la Argentina, los centros de investigación privados que se habían gestado unos meses antes del golpe, como el Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) y el Centro de Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administración (CISEA). Estos se sumaron a otros que ya existían como desprendimientos del Instituto Di Tella y al Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES). Centros e institutos que continuaron, en momento adversos, con la formación de recursos humanos, con tareas de investigación, la edición de cuadernos de trabajo o de publicaciones periódicas, como la revista del IDES Desarrollo Económico. Asimismo, fuera de la Argentina hubo otros que obraron en el límite entre la discusión intelectual y la producción académica, como los grupos de trabajo de CLACSO, los foros de debate informales (Grupo de Discusión Socialista en México), y las publicaciones periódicas imaginadas como ejercicios del pensamiento político e intelectual: la revista Controversia, editada por un grupo de exiliados argentinos en México, o las revistas Crítica y Utopía y David y Goliath, editadas por CLACSO. 

Este proceso complejo y creativo no se restringió a un solo país, y se vio favorecido por financiamientos internacionales públicos y privados que no impusieron, pero priorizaron, algunas líneas de trabajo y formas de abordarlas. También promovió la circulación de personas que, a título personal o institucional, forjaron vínculos a través de un intenso intercambio de ideas, de debates, de saberes. Lo que conformó una red de relaciones académico-intelectuales e institucionales, regional e internacional, que obró como marco para el reencauzamiento de la actividad cancelada por las dictaduras. El trabajo forjado en estos nuevos espacios se esforzó por diferenciar la producción de un saber organizado por criterios disciplinarios y científicos de las apuestas ideológicas y políticas. Lo que va a ser fundamental para la reinstitucionalización del trabajo científico y la especialización académica en Ciencias Sociales cuando la Argentina recupere el camino de la constitucionalidad con las elecciones de 1983, y comience un movimiento de institucionalización predominantemente estatal del trabajo científico y académico en ciencias sociales por la vía de las universidades públicas y del CONICET. 

Las redes de relaciones, los aprendizajes políticos y los saberes específicos adquiridos por fuera del Estado y en otras geografías no solo dejaron un terreno preparado para la especialización académica. Permitieron el establecimiento de relaciones más fluidas entre el ámbito de la academia y la elaboración de políticas, o entre intelectuales, la participación en asuntos de gobierno y la producción de sentido sobre un mundo a construirse. Tal como quedó explicitado durante el gobierno de Raúl Alfonsín, en el que participaron como especialistas, asesores o elaboradores de discursos presidenciales varios de los académicos e intelectuales que resistieron a la dictadura dentro o fuera de la Argentina, inmersos dentro de estas instituciones formales e informales. Como los académicos del CISEA en distintas agencias estatales, los economistas del IDES en distintas líneas del Ministerio de Economía, el secretario ejecutivo de CLACSO Francisco Delich como rector de la Universidad de Buenos Aires y de Córdoba y luego ministro de Educación, o algunos intelectuales del Grupo de Discusión Socialista, como Juan Carlos Portantiero y Emilio de Ípola, que elaboraron desde el Grupo Esmeralda ideas clave para los discursos del presidente Alfonsín. Fue un momento en el que las urgencias de la construcción de la política democrática golpearon los cubículos universitarios, incitando a la diversificación de figuras intelectuales y académicas. 

En este tiempo corto pero intenso se conforma una comunidad latinoamericana y latinoamericanista que comparte experiencias políticas pasadas y la situación de proscripciones colectivas y personales, y genera, a la luz del análisis crítico y autocrítico de los autoritarismos vigentes, una nueva idea de política democrática que se constituye en un horizonte de expectativas para construir un futuro. El año 1978, en el que CLACSO organiza en Costa Rica la conferencia “Las condiciones sociales de la democracia”, sintetiza este momento que mira tanto los procesos de transición de los países europeos mediterráneos como las democracias existentes en el cuadrante noroccidental del mundo capitalista. El tema de la conferencia es indicativo de la importancia académica de sentar un límite teórico y político para los tiempos autoritarios en el Cono Sur de América Latina. El evento, que es el último al que asiste Gino Germani como promotor de una sociología científica en la Argentina y el primero de índole académica al que es invitado Raúl Alfonsín como político y futuro presidente constitucional, muestra una época interesada por traspasar el mundo de la acción política y el del pensamiento sobre lo político. La conferencia es un parteaguas de una época que aporta una renovada generación de científicos sociales que sostienen una promesa de intercambio responsable entre asuntos de gobierno y pensamiento político. 

2. Tiempo, espacio y géneros de la política democrática

Bastante antes de la finalización de las dictaduras, la democracia sirvió para carcomerlas simbólicamente, aglutinar las aspiraciones proscriptas por los golpes de Estado y proponer un régimen político para escenificar racional y pacíficamente el conflicto a través de unas rutinas institucionales. En algunas de las instituciones, la democracia se transformó en programa de trabajo pautado por patrones de elaboración de currículas académicas, y en otras tomó la forma de autocríticas sobre las militancias pasadas y controversias sobre el futuro democrático. En todas ellas, la idea de que el espacio público democrático debía desplazar a la violencia y contener la vía pacífica y pactada del cambio político, se transformó en forma y contenido de la política. Así, el debate tranquilo, aunque polémico, la escritura académica reflexiva pero litigiosa, la retórica tendiente a convencer a otros de las potencialidades de la democracia, se convirtieron en las formas privilegiadas de acción académica, intelectual y política. La combinación del tiempo pausado del pensamiento teórico volcado en el soporte papel confeccionado en máquina de escribir (el documento de trabajo, el artículo académico, el texto de intervención político-cultural), con la temporalidad de la retórica pública agonal (en seminarios, jornadas de discusión y grupos de trabajo), siguió una forma similar a la que se le reclamaba a la política democrática que se quería conquistar. La convicción de que la política no puede surgir de la boca de un fusil. 

Este estilo se replicó en los géneros en que la política comenzó a expresarse en el espacio público político en el momento de la transición a la democracia, en el que la retórica se constituyó en la forma privilegiada de la acción política. Una palabra pedagógica o propositiva, como la del candidato Alfonsín recitando el preámbulo de la Constitución nacional en la campaña presidencial, destinada a constituir al espacio público democrático y al ciudadano como sujetos de la democracia. La palabra escrita, dicha ante un público (un discurso, un debate, una alocución), o en un espacio público, visible, abierto y compartido (la plaza, la calle, el balcón, el parlamento), se tornó consustancial a un tipo de política democrática que buscaba establecer una conversación que no transcurriera a solas, sino en lugares accesible a todos. Un espacio público entendido como un lugar en el que las palabras, aunque fueran polémicas y litigiosas, le dieran un marco de sentido a la acción política. 

La metamorfosis de la democracia durante estos 40 años transcurridos tal vez se pueda graficar con la transformación de los géneros, los espacios y el tiempo usados para expresarla. Recordemos la década de 1990, en donde el declive de las promesas democráticas del momento transicional anterior fue acompañado por una reubicación del espacio público político en las pantallas de la televisión. La elocuencia de la palabra y el tiempo del intercambio de argumentos fueron desplazados por la imagen y la espectacularización de la política, y ciertos intelectuales se convirtieron en asesores de imagen de un candidato, o en coaching personales. 

De la misma manera que la televisión, las redes sociales virtuales como género y lugar donde sucede una parte significativa de las interacciones políticas actuales, acompañan la crisis de la democracia liberal y representativa que vimos emerger como núcleo de la política. Ellas no son, vale aclararlo, las responsables de esta corrosión, pero forman parte del movimiento de muerte lenta al que asiste la democracia a escala global. Al menos porque a través de las redes sociales ligadas a Internet se puede observar la condensación de la pérdida de centralidad de la palabra pública, y la erosión de un espacio común, visible, abierto, accesible a todos. Ambos condición vinculante e instituyente de la política democrática. En relación a los lugares donde ella ocurre (un foro, un chat, un videochat, un muro), hay una distancia decisiva con respecto a los espacios abiertos y comunes en los que hombres y mujeres pueden aparecer con acto y palabra ante otros. Las redes virtuales son lugares de encuentro e intercambio, pero no públicos y comunes en el sentido de accesibles a todos y a todas (por la brecha tecnológica, generacional, económica). Se ha usado, para las redes sociales virtuales, el concepto de pluralismo para señalar la amplificación, multiplicación y coexistencia de voces que se yuxtaponen sin jerarquía. Voces que expresan tendencias políticas diversas, pero que han desplazado el debate político en democracia. El comentario político corto y muchas veces sarcástico que se emite diariamente en redes no afianza la conversación pública destinada a construir algo común a todos. Tampoco promueve la explicación argumentada de decisiones tomadas o a tomar, ni irradia alguna pedagogía de la interrogación crítica que podría construir sentido en un país que sufre una profunda crisis de representación y de credibilidad hacia la clase política, transcurridos 40 años de vigencia ininterrumpida de democracia política. En este sentido, no hay lugar para entender, utópicamente, que Internet extiende la esfera pública o activa la participación ciudadana democrática. Más bien se afianza la figura del usuario, más cercana a un cliente o a un consumidor que a un hombre público. 

Las redes sociales virtuales han trastocado la temporalidad, haciendo del presente un momento volátil en épocas en que el futuro político deja de ser un horizonte de expectativas y se convierte en una amenaza: de extinción de los recursos naturales o del planeta, del hombre ante el advenimiento de virus que se expanden globalmente, de la centralidad de lo humano frente a la aparición de personas no humanas con derechos o de formas artificiales de la inteligencia. Un presente precario y un futuro percibido como amenaza que se afirman en la fugacidad del tiempo de las redes sociales virtuales, lo que agudiza el estado de fragilidad en que nos dejó la pandemia por COVID-19 y en el que, valga la paradoja, fueron Internet y las redes sociales virtuales las que permitieron la continuidad del contacto entre las personas y el afuera. 

Estas redes sociales virtuales se han extendido a públicos más grandes y han hecho más accesible la información, pero son muy distintas de las redes de relaciones descriptas antes. Para la Argentina actual, en la que el mundo académico e intelectual se ha consolidado por la vía estatal, que asiste a la creación continua de universidades públicas y también de carreras privadas, las redes sociales virtuales ligadas a Internet han intensificado las posibilidades colaborativas globales: investigaciones, buscadores de libros, datos y bases de datos en línea, bibliotecas y hemerotecas virtuales, documentos de trabajo en proceso, congresos, seminarios y reuniones de grupos de investigación no presenciales. La comunidad académica especializada encontró una vía útil de trabajo, incrementada como posibilidad de continuidad alternativa a partir de la pandemia por COVID-19. Aunque difícilmente las redes, normalizadas como forma de trabajo, ayuden a conocer las maneras diversas con las que se produce conocimiento en otros contextos materiales. Asimismo, comparado con el momento anterior, el aumento de oportunidades de interacción no ha generado una comunidad académica, ni la mayor cantidad de intercambios reflexivos ha impulsado una creatividad teórica sensible con la producción de sentido en un mundo político que lo pierde. Un tiempo en que el pensamiento sobre lo político se vuelve necesario, pero en el que los intelectuales intervienen como partisanos, los académicos como técnicos neutrales que participan en diferentes gobiernos ostentando un saber específico, y en el que los tanques de pensamiento difunden sus ideas en distintos países soberanos.

Sin duda útiles, estas redes sociales virtuales se parecen poco a las redes de relaciones que en el pasado reciente, y en un espacio público y político obliterado, resultaron audaces en la elaboración de una idea futura tendiente a corroer a las dictaduras. La crisis de la democracia, quizá como gran idea que le dio un sentido al mundo de la política, es también la crisis de los géneros, los espacios y el tiempo de la política que las redes sociales virtuales acompañan.

Bibliografía

Lesgart, Cecilia (2003). Usos de la transición a la democracia. Ensayo, ciencia y política en los años ’80. Rosario: HomoSapiens Ediciones. 

Manin, Bernard (2019). “Estamos en la era del pluralismo sin debate”. Entrevista realizada por Gilles Donada. Letras Libres 7/3/2019. 

Rabotnikof, Nora (2005). En busca de un lugar común. El espacio público en la teoría política contemporánea. México: UNAM.

Traverso, Enzo (2014). ¿Qué fue de los intelectuales? Buenos Aires: Siglo XXI editores. 

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