Estar conectados en democracia

Carolina Martínez Elebi

En 1983, el retorno a la democracia en la Argentina tras siete años de la dictadura más violenta de la historia de nuestro país fue un hito fundamental en el camino hacia la búsqueda de la memoria, la verdad y la justicia. Esos primeros años, difíciles y llenos de tensiones, estuvieron también marcados por una sociedad que comenzaba a abrirse y a explorar nuevas formas de libertad de la mano de la conquista de nuevos derechos civiles, políticos, sociales y culturales.

Es interesante explorar la relación entre esos años y los comienzos de la expansión de Internet en el mundo. Aunque parecen dos acontecimientos completamente distintos, es posible encontrar algunos puntos de conexión. En la década de 1980, mientras se iniciaba este proceso en la Argentina, también comenzaba el desarrollo de Internet en el mundo. Y si bien la penetración de esta tecnología no se masificó en el país hasta fines de la década de 1990 y comienzos de la de 2000, su nacimiento como medio de comunicación global y de acceso a la información tuvo un impacto significativo en la consolidación de la democracia.

Eli Pariser, autor de El filtro burbuja (2017), cuenta que en la década de 1990, en plena preadolescencia, estaba seguro de que “Internet iba a democratizar el mundo, que nos conectaría a todos sobre la base de una información mejor y que así nos dotaría del poder de actuar en consecuencia”. No fue el único y no faltaban motivos para ilusionarse. La estructura de esa red de redes en la que todo estaba por crearse fue terreno fértil para que emergieran medios de comunicación alternativa y la circulación de información sin restricciones, lo que favoreció la difusión de ideas y la ampliación de la participación ciudadana en la vida política.

Por supuesto, existían las barreras económicas –la regulación del mercado, diría Lessig–, porque solo podían participar quienes tenían acceso a una computadora con conexión a Internet, ya que a pesar de que comenzaba a ser más accesible debido a los procesos de miniaturización de los dispositivos y al abaratamiento de los costos de producción, todavía la red no era tan masiva como puede ser en la actualidad. Según un relevamiento del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) de fines de 2020,1 el 63,8 % de los hogares urbanos de la Argentina tiene acceso a una computadora y el 90% a Internet. Además, los datos muestran que, en el país, 88 de cada 100 personas usan teléfono celular y 85 de cada 100 usan Internet.

Durante los últimos años del siglo XX, Internet fue una herramienta pero también un espacio de exploración, creación y conexión para quienes pudieron navegarla. Proliferaban los sitios web con fines informativos, educativos, literarios, filosóficos y de entretenimiento. Los foros y las salas de chats permitían conocer, conversar y debatir con quienes quizá no nos hubiéramos encontrado en el mundo analógico. Conocerse con iguales y diferentes, con personas más cercanas o más lejanas, todo era posible. Y ese era el discurso que acompañaba el despliegue tecnológico. Internet como una herramienta fundamental para el fortalecimiento de la democracia en la Argentina y en todo el mundo, que era un mundo globalizado y conectado.

Unos años más tarde, con el despliegue de la conexión por banda ancha y la posibilidad de pasar más tiempo conectados por un mismo costo mensual, a mayor velocidad y nuevos servicios que se ofrecían a las personas que comenzaban a ocupar el rol de usuarias de Internet, empezaron a crearse los blogs y se expandieron las comunidades en entornos virtuales. Ambos, antecedentes de lo que luego serían las redes sociales tal y como las conocemos hoy. Espacios de interconexión entre personas que se expresan a través de la palabra, de la imagen o del audiovisual.

En 2013 la socióloga José Van Dijck publicó su libro La cultura de la conectividad, en el que explora cómo las redes sociales y la cultura digital modificaron la forma en que interactuamos con los medios de comunicación, la información y entre nosotros mismos. La idea de la cultura de la conectividad que sostiene la autora tiene que ver con el hecho de que estamos constantemente conectados y que nuestras identidades digitales son una parte integral de nuestras identidades personales. 

Además, argumenta que esta cultura habilitó una nueva forma de participación en la que la gente se involucra activamente en la creación, distribución y discusión de contenidos a través de las redes sociales. ¿Pero cómo resulta esta forma de participación para la democracia?

Desafíos de una cultura digital concentrada

En los últimos 40 años se llevó adelante un proceso que consistió en que la Internet libre, abierta y descentralizada de los comienzos, donde la información y los recursos eran compartidos libremente, haya mutado, al menos en su versión más pública y visible, hacia una Internet plataformizada, es decir, basada en plataformas cerradas y concentradas.

En esos años, lo que sucedió fue que en la medida en que la tecnología y la infraestructura de la red se desarrollaron, surgieron nuevos modelos de negocio en línea. Concretamente, las redes sociales y la expansión de los servicios basados en la nube dieron lugar a la consolidación y concentración de plataformas en línea. El nuevo milenio en Internet llegó, entonces, con servicios cada vez más específicos ofrecidos por empresas que comenzaron a competir por el control de los usuarios y de los datos generados por ellos, lo que llevó a una centralización en torno a unas pocas plataformas que empezaban a cobrar mayor visibilidad y que hoy forman parte del ecosistema concentrado de las big tech: Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft.

Van Dijck señalaba ya en 2013 que las plataformas de redes sociales pueden fomentar la creación de burbujas de información y la propagación de desinformación y noticias falsas. El principal efecto que tiene la formación de burbujas de información en Internet es que las personas están expuestas principalmente a puntos de vista afines a los suyos, lo que limita la diversidad y el pluralismo en la red. Esto, así como suena, no parece que sirva demasiado para promover el diálogo en una sociedad democrática.

Ya en 1998 Tomás Maldonado, en su libro Crítica de la razón informática, se preguntaba si el espacio que se estaba construyendo en Internet, que en ese momento llamábamos “ciberespacio”, era democrático. Allí describe cómo en ese momento se confiaba en que las tecnologías de ese entonces, por sí mismas, estaban en condiciones de abrir el camino a una versión directa de la democracia. En principio, Maldonado se refiere a que “la libertad de acceder a través de la red a everyone y a everything es, pues, ilusoria” y, parafraseando los discursos de esos años, ironiza: “En teoría, todos podríamos dialogar con todos. De golpe, las sofocantes jaulas de la nacionalidad, la raza, el género y la religión perderían vigencia. […] Por este camino, dicen, desaparecerían de hecho muchos prejuicios recíprocos. Y así se contribuiría a dar vida a una sociedad global basada en la tolerancia y la comprensión”. Esto le permite cuestionarse sobre el fenómeno de las entonces llamadas comunidades virtuales, que luego derivarían en las redes sociales: “¿Pero qué es, en la práctica, una comunidad virtual? ¿Es justo considerarla, como se suele hacer, un importante factor de renovación de la democracia?”.

Así describe el autor a estas comunidades que nacen de la búsqueda de contacto entre personas o grupos que tienen ideas, intereses o gustos comunes: “Las comunidades virtuales, en cuanto asociaciones que derivan de una libre y espontánea confluencia de sujetos con visiones unánimes, son comunidades con escasa dinámica interna. Por su alto grado de homogeneidad, tienden a ser decididamente autorreferenciales. Y no pocas veces se comportan como verdaderas sectas, en las que la exacerbación del sentido de pertenencia conduce, en los hechos, a excluir cualquier diferencia de opinión entre sus miembros”.

Entre algoritmos, TikTok y el Fediverso

En la actualidad, es frecuente escuchar que, tal y como menciona Maldonado, al igual que Pariser y Van Dijck, en las redes sociales se
forman sectas en las que sus miembros piensan igual, en donde
se excluye la diferencia y se conforman burbujas informativas. Estas burbujas, a su vez, son reforzadas por algunos algoritmos que ofrecen a las personas usuarias siempre más contenidos similares a los que les gustaron para mantenerlas dentro de la plataforma. Es la famosa batalla por la atención (y por seguir teniendo el control por los usuarios y la mayor recopilación de todo tipo de datos). Hace poco alguien me decía “no uses TikTok porque el algoritmo es tan bueno que no te vas a poder ir”. Mientras tanto, las plataformas se fueron convirtiendo en verbos y las personas que crean contenidos se fueron fusionando con las plataformas: tuiteras, youtubers, instagramers, tiktokeros, streamers, twitchers.

Entonces, de pronto llegamos a un presente en el que Internet está dominada por un puñado de compañías tecnológicas que deciden qué se puede decir, qué no, quiénes merecen la popularidad y quiénes deben permanecer en los márgenes oscuros de sus redes valladas. Así, con sus algoritmos, definen cómo circula la información y quiénes pueden encontrarse, leerse y dialogar.

Sin embargo, a la teoría de las burbujas informativas o burbujas de filtro no les faltan críticos. Por un lado, Zeynep Tufekci, en su libro Twitter and tear gas (2017), critica la idea de que las redes sociales crean burbujas de filtro que limitan el acceso de las personas a información diversa. Según esta autora, las personas tienen la capacidad de acceder a información de fuentes diversas, y de hecho lo hacen. Sin embargo, lo que sí señala es que las redes sociales pueden amplificar ciertas voces y crear una ilusión de consenso en determinados temas, que no se corresponde con la realidad.

Por otro lado, según una investigación realizada por la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República de Uruguay, a cargo de la doctora en ciencias antropológicas Rosalía Winocur, las burbujas informativas son porosas, lo que significa que no son completamente impermeables a la información que circula fuera de ellas. En la investigación se analizó cómo se informan las personas en Uruguay y se encontró que, aunque tienden a formar burbujas informativas al rodearse de personas con opiniones similares, estas burbujas no son completamente estancas y la ciudadanía puede recibir información de fuentes externas a su entorno inmediato.

Winocur se refiere a la porosidad de las burbujas informativas como la capacidad de la información para traspasar los límites de estas burbujas. Según ella, esa porosidad es importante porque permite que la información fluya entre distintas burbujas y, por lo tanto, facilita la diversidad de opiniones y la formación de consensos en la sociedad.

Pero, hasta ahora, parecería que Internet es sinónimo de las plataformas mencionadas y que “la solución” a algunos de los desafíos planteados solo estaría dentro o alrededor de esos espacios. Al comienzo mencioné que en sus orígenes Internet era libre, abierta y descentralizada. En la actualidad, a pesar de la concentración a la que me referí más arriba, existen otros rincones y otros centros que se pueden habitar y navegar en la extensa red de redes: por ejemplo, el Fediverso. 

¿En que consiste? Básicamente es una red descentralizada y federada compuesta por múltiples instancias o nodos, que se conectan entre sí para formar una red más amplia. Consiste en una amplia gama de servidores que se comunican a través de los protocolos ActivityPub o OStatus. Probablemente resulten familiares nombres como Mastodon –una red social–, Peertube –plataforma para cargar, compartir y ver videos en línea– o WriteFreely –plataforma de blogs para crear sitios web–. En el caso de Mastodon, a diferencia de las redes sociales centralizadas, como Facebook, Twitter o TikTok, no hay una única empresa o entidad que controle y gestione todos los datos y el flujo de información. Cada instancia del Fediverso pertenece y está gestionada por individuos, organizaciones o comunidades, y puede tener sus propias reglas y normas de uso. El principal objetivo del Fediverso es fomentar la diversidad, la libertad y la privacidad en las redes sociales, al tiempo que promueve la interconexión y la cooperación entre diferentes comunidades. Es por esto que, ante el actual escenario, resulta necesario fortalecer este tipo de instancias.

No obstante, aunque Internet y las plataformas digitales han transformado la forma en que nos comunicamos y accedemos a la información, la esencia de la democracia sigue estando en las calles, en el diálogo con otros, sin filtros, sin plataformas, sin algoritmos. En la capacidad de conversar, discutir y debatir con quienes piensan y viven de manera diferente. La democracia es el punto de encuentro entre personas distintas, donde podemos cohabitar, coexistir y construir en sociedad, y esto debe darse tanto en el mundo físico como en el virtual.

Bibliografía

La Diaria. “Investigación de Udelar concluye que la familia y el entorno próximo ‘licúan’ la influencia de las redes y que las burbujas informativas son ‘porosas’”, por Natalia Uval. Publicado el 5 de septiembre de 2020. Disponible en https://ladiaria.com.uy/politica/articulo/2020/9/investigacion-de-udelar-concluye-que-la-familia-y-el-entorno-proximo-licuan-la-influencia-de-las-redes-y-que-las-burbujas-informativas-son-porosas/ [última consulta: 5 de mayo de 2023].

Lessig, Lawrence (1998). Las leyes del ciberespacio, conferencia Taiwan Net ‘98, mimeo, Taipei.

Lista comunitaria de proyectos fediversos: https://fediverse.info/explore/projects. 

Maldonado, Tomás (1998). Crítica de la razón informática: Barcelona, Paidós.

Pariser, Eli (2017). El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos. Buenos Aires: Taurus.

Van Dijck, José (2016). La cultura de la conectividad: una historia crítica de las redes sociales. Buenos Aires: Siglo XXI editores.

Tufekci, Zeynep (2017). Twitter and tear gas: The power and fragility of networked protest. New Haven: Yale University Press.

1.INDEC. Acceso y uso de tecnologías de la información y la comunicación. EPH. Cuarto trimestre de 2020. Disponible en https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/mautic_05_213B13B3593A.pdf [última consulta: 5 de mayo de 2023].

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