Justicia de género en línea: navegar, naufragar, insistir

Florencia Enghel

Había transcurrido una década desde el retorno a la democracia en la Argentina para cuando se volvió posible acceder a enlaces de Internet en el país. La primera conexión digital, que comunicó en red a todas las universidades públicas a través del dominio .edu.ar, se materializó en abril de 1994. La comercialización de la nueva tecnología recién empezaría un año más tarde, cuando un monopolio integrado por las empresas Telefónica y Telecom la ofreció a la venta para personas y empresas. 

Los inicios de la conectividad coincidieron con el proceso de reforma de la Constitución Nacional argentina, que, entre otros cambios orientados a garantizar la ampliación de derechos, incorporó la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer. La Convención –un tratado internacional adoptado en 1979 por la Asamblea General de las Naciones Unidas– definió la discriminación contra las mujeres 1 y estableció que los estados nacionales son responsables de ponerle fin. La incorporación de esa responsabilidad a la Constitución se logró 2 al mismo tiempo que múltiples grupos de mujeres, se definieran como feminismos o no, se preparaban para participar en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer prevista para septiembre de 1995 en Pekín (China), mediante una intensa labor organizativa y política.3 

Conectar el módem y corresponder por email: esperanza y presencia

En el contexto de la inicialmente lenta pero segura expansión de Internet y de los preparativos para la Conferencia de Pekín –que habría de marcar un antes y un después en tanto llamado a solucionar la situación injusta de las mujeres respecto de los varones a nivel mundial– los feminismos empezaron a explorar cómo conectarse de manera digital. La red les ofrecía, en principio, la posibilidad de organizarse a diversas escalas y de dialogar a la distancia sobre cuestiones íntimas y urgencias políticas de manera ágil y segura.4

Recibida con curiosidad y esperanza, la conectividad se incorporó a las agendas feministas como interrogante a develar en la práctica y como promesa de democratización. En la transición del en persona al en línea y del pasado al futuro, las mujeres podrían, de una buena vez, vivir en una Argentina diferente: justa, equitativa y libre de violencias. En ese momento usar Internet implicaba encender un módem desde una computadora para conectarlo al teléfono de línea, y activar así el servicio de correo electrónico. Dado que el tiempo de uso del módem se medía y cobraba según la tarifa de una llamada local, los mensajes de correo se redactaban sin conexión. El acto de conectar el módem para mandar un mensaje daba lugar al mismo tiempo a la posibilidad de recibir correo entrante. El chirrido que hacía el módem al establecer la conexión anticipaba la expectativa. ¿Quién te había escrito? ¿Qué tenía para decirte? ¿Y cómo iba a contribuir a cambiar las cosas esa conversación? 

La correspondencia feminista que empezó a circular in crescendo, yendo y viniendo por el ciberespacio, no fue solo interpersonal. Las listas de correo electrónicas, diseñadas para permitir que cada participante en un grupo se dirigiera al conjunto, se constituyeron en espacios de discusión, convivencia y coordinación. Cuando en septiembre de 1995 la delegación oficial de la Argentina a Pekín desconoció una serie de compromisos que el Estado había asumido para garantizar la igualdad de género, el mecanismo sirvió para hacerle frente: “Ante el discurso de la delegación oficial argentina en la Conferencia Mundial de la Mujer, Beijing 1995, las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) argentinas repudiaron dicha intervención y emitieron este documento que fue firmado por aproximadamente trescientas ONG. El correo electrónico permitió que muchas organizaciones de la Argentina que no asistieron al Foro también se sumaran a la misma”.5

Etiquetar reclamos: potencia y su contracara

Mientras las feministas debatían sobre la marcha diferentes visiones acerca de cómo poner la nueva tecnología al servicio de una sociedad igualitaria y solidaria, la evolución de Internet se aceleró a partir de la introducción de la World Wide Web y la posibilidad de usar un programa –el buscador– para recorrer –navegar– sitios y páginas. Expansiva, versátil, y cada vez más abarcadora, la red de redes se volvió sinónimo de transformación. Del módem conectado vía los teléfonos de línea en los hogares, característico de mediados de la década de 1990 pasamos, pocos años más tarde, a los teléfonos móviles conectados por wifi. Los buscadores coexisten hoy con las redes sociales surgidas en la primera década del siglo XXI en una competencia feroz, algoritmos mediante, por nuestra atención. Este tránsito que describo de manera muy sucinta estuvo marcado además por una privatización progresiva de las infraestructuras digitales que, lejos de contribuir a eliminar desigualdades a nivel global, las acentuó, generando para un puñado de billonarios beneficios económicos y un poder comunicacional inéditos.6

¿Y las mujeres, en este contexto? Las que tenemos acceso a la conectividad, a las computadoras y teléfonos inteligentes que la instrumentan, y a los conocimientos necesarios para aprovecharla, hemos recurrido a las redes sociales como un espacio más –aunque no cualquiera– en el cual expresar deseos, defender la alegría, abrazar diversidades, explicar de mil y una maneras cómo la justicia de género significaría más democracia para todes, y reclamar soluciones urgentes a las violencias femicidas, y educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir. En la Argentina, #NiUnaMenos y #AbortoLegal son hoy más que etiquetas: constituyen la sintaxis que resultó de –y que a su vez provocó– movidas primero grupales y luego colectivas organizadas por mujeres y diversidades para defender en voz alta el derecho a tener derechos. Pero el recurrir a las redes sociales implicó también problemas. Debimos y debemos enfrentar, en los espacios digitales, nuevas y viejas injusticias, desigualdades persistentes y recién inventadas, y violencias y abusos hipermodernos y clásicos. 

Naufragar: infraestructuras de la desigualdad

No faltan investigaciones respecto de este problema que sobra. Es el caso, por ejemplo, de las muchas formas de violencia digital experimentadas en la Argentina por las mujeres que osan expresarse públicamente en redes sociales, especialmente por las periodistas, las funcionarias públicas, las candidatas políticas, las artistas y las activistas feministas que por sus posiciones y profesiones tienen un potencial poder multiplicador. Sabemos de los insultos, las descalificaciones y las amenazas que enfrentan. De las agresiones con connotaciones sexuales y los dichos sexistas que se les destinan. De las menciones que cuestionan su capacidad intelectual y los comentarios denigrantes sobre su apariencia física que deben digerir. Hemos aprendido a identificar ataques coordinados por parte de bots y troles misóginos. Antes de que en 2022 cambiara de dueño mucho se dijo –y algo se intentó hacer– acerca de Twitter como paradigma de las plataformas que propician estas formas de violencia. 

En ausencia de políticas públicas y acuerdos intersectoriales para terminar con las hostilidades en línea, muchas mujeres, forzadas a defenderse de los ataques mediante tácticas individuales, terminan optando por limitar su participación: minimizan sus expresiones y resignan así protagonismo, o directamente se retiran de las redes. Deben lidiar con una trampa. Mientras que la expansión de los feminismos y la digitalización in crescendo de la vida cotidiana estimularon la expresión pública vía redes, las mujeres experimentamos ataques y castigos si y cuando las usamos para expresarnos. Ese doblez nos lleva a considerar el silencio como solución, pero silenciarnos implica denegarnos la posibilidad de una ciudadanía plena que incluya el derecho a la comunicación como instrumento para la búsqueda en común de soluciones. 

La tensión entre expresión y silencio mediada por las violencias digitales contra las mujeres no es el único problema que interfiere con el uso de Internet como espacio de posibilidad democrática. Los problemas varían según escalas de injusticia. ¿Qué quiero decir con esto? En general, las mujeres tenemos en común la desigualdad con los varones. Pero las características de esa desigualdad difieren según qué posiciones ocupemos en la estructura social, que por ende afecta a diferentes mujeres de maneras distintas, y a algunas más que a otras. La pandemia por COVID-19, declarada por la Organización Mundial de la Salud en marzo de 2020 y administrada en la Argentina mediante políticas de aislamiento y distanciamiento social, entre otras medidas, dejó al desnudo que la digitalización acelerada de la vida cotidiana fue especialmente cruel con las mujeres que no pueden afrontar el costo del acceso regular a Internet y a los dispositivos necesarios para conectarse. Aunque faltan datos sistemáticos sobre la brecha de género digital, esta fue evidente durante la pandemia. El impacto de la falta de conectividad de calidad sobre las mujeres de sectores populares fue tal que un organismo regional se vio compelido a llamar a los gobiernos de América Latina a crear una “canasta básica digital” para mitigarlo a futuro. El organismo admitió tácitamente, con su metáfora, que, así como no se puede vivir sin cubrir las necesidades alimentarias, tampoco se puede sobrevivir hoy sin Internet.

Democracia: dilemas y justicia de género

Así estamos hoy las mujeres en la Argentina, a 40 años del retorno de la democracia.

La falta de acceso a una conectividad de calidad afecta a demasiadas. Las violencias que nos tocan en línea rivalizan con las violencias que nos duelen en persona. Las que tenemos acceso a lo necesario para expresarnos públicamente en espacios digitales no tenemos libertad –garantizada infraestructuralmente– para discutir en redes sociales algunas de las cuestiones que nos importan. Estamos hartas de tener que seguir defendiendo el derecho a debatirlas. Discutir con los varones y pelear con las lógicas comerciales e institucionalizadas que interfieren con nuestra participación en lo digital nos interrumpe, nos distrae, demora nuestros esfuerzos por avanzar. ¿Qué hacer? ¿Resistir? ¿Abandonar? ¿Retirarnos a espacios exclusivos para mujeres? ¿Otra vez sopa?

Voy llegando al límite de la cantidad de palabras que este texto que fui invitada a escribir puede tener, y me doy cuenta de que estoy frunciendo el ceño frente a la computadora. No tengo respuestas definitivas a estas preguntas. En el contexto de un neoliberalismo digital que exacerba violencias e individualiza responsabilidades, salir por arriba de los dilemas que el presente de Internet nos tira por la cabeza a las mujeres requerirá transformar Internet para todes. Garantizar el acceso equitativo a la conectividad, y desviolentar –palabra que no existe pero debiera, así que la invento– la posibilidad de usarla. Pasa por ahí la noción de justicia de género, noción debatida y no unívoca, claro, como toda idea potencialmente útil para los feminismos: por producir igualdad para las mujeres, pero no a expensas de otres, sino solidariamente, maximizando y redistribuyendo democracia para todes. 

Pienso en esto mientras me llega un correo electrónico: “Compañeres, ¿hay entre nos alguna abogada feminista en CABA que trabaje con violencia de género para enlazarla con una amiga? En tal caso, ¿me pasarían su contacto a mi correo o podrían sugerirme alguna de las instituciones u organizaciones que no estén saturadas para el caso? ¡Gracias!”. La consulta me alcanza por medio de RIMA, la Red Informativa de Mujeres de Argentina, una lista feminista de distribución electrónica creada en el año 2000 que, combinando flexibilidad, inventiva, ensayo y error y persistencia ante las sucesivas transformaciones del entorno digital que le tocó transitar,7 se sostiene como un espacio vibrante de democracia y diversidad. Está claro lo que me dice el mensaje de RIMA. Hay que insistir. 

1. Tal como se la entendía al momento de la firma de la Convención. Para una breve historia de la posición y la labor de las Naciones Unidas respecto de la igualdad de género, ver https://www.un.org/es/global-issues/gender-equality [última consulta: 5 de mayo de 2023].

2.El logro fue producto, entre otros factores, del esfuerzo del Consejo Nacional de la Mujer en su primera etapa. Para una breve historia ver Lopreite, Débora y Rodríguez Gustá, Ana Laura (2021), “Feminismo de Estado en la Argentina democrática (1983-2021): ¿modelo aspiracional o realidad institucional?” Revista SAAP, Vol. 15, Nº 2, noviembre, 287-311.

3.Esa labor tuvo que ver tanto con la práctica tanto de la política a nivel institucional (al interior de los partidos políticos y de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial) como de lo político –las diversas formas de articular y disputar poder en la sociedad, que durante la década de 1990 incluyeron, pero no se limitaron a, la acción de académicas, integrantes de ONG, organizadoras de los Encuentros Nacionales de Mujeres surgidos en 1986 y feministas autodefinidas de diferentes maneras–. Para más sobre la distinción entre la política y lo político, ver Mouffe, Chantal (2007), En torno a lo político, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

4.A diferencia de los mensajes por fax, que se transmitían independientemente de que la destinataria estuviera a tiro de recibirlos y por ende no garantizaban privacidad.

5.Chiarotti, Noemí (1995), “Posición de las ONG Argentinas ante la IV Conferencia Mundial de la Mujer, Beijing”. INDESO Mujer. Disponible en https://base.d-p-h.info/fr/fiches/premierdph/fiche-premierdph-2377.html [última consulta: 8 de marzo de 2023].

6.Según el ránking en tiempo real de la revista Forbes, cinco de los diez billonarios más ricos del mundo en marzo de 2023 acumularon sus fortunas en el sector de las tecnologías digitales. Tienen además en común el ser varones, blancos, y ciudadanos de los Estados Unidos. Disponible en https://www.forbes.com/real-time-billionaires/#245729d53d78 [última consulta: 22 de marzo de 2023].

7.Para una historia de RIMA, ver Friedman, Elisabeth Jay (2017), “La Red Informativa de Mujeres de Argentina: Construyendo un Contrapúblico”. En Interpreting the Internet: Feminist and Queer Counterpublics in Latin America. University of California Press (traducción al castellano de María de la Paz Díaz). Disponible en https://redrimaweb.wordpress.com/2017/04/19/la-red-informativa-de-mujeres-de-argentina-construyendo-un-contrapublico-por-elisabeth-jay-friedman/ [última consulta: 5 de mayo de 2023].

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