Las otras redes

Ángeles Alemandi

Ángeles Rawson tenía 16 años. El 10 de junio de 2013 el encargado del edificio donde vivía abusó de ella, la mató y después la tiró en un contenedor de basura. Su historia fue la punta de lanza de un puñal que no sabíamos nombrar, pero que nos estaba atravesando. Melina Romero desapareció el día que cumplía 17 años. Era septiembre de 2014: un mes después su cuerpo fue encontrado en los bordes oscuros de un arroyo. Lola Chomnalez, a sus 15, estaba de paseo en Uruguay, decidió ir a caminar por la playa y entre los médanos fue asesinada. Daiana Ayelén García salió de su casa un viernes de marzo de 2015 para nunca jamás regresar: fue a una entrevista laboral, y terminó en una bolsa, tirada al costado de una ruta. 

El día que se conoció la noticia del femicidio de Daiana se cumplían diez años de la desaparición de Florencia Penacchi y un grupo de mujeres había organizado, con la consigna Ni Una Menos, una maratón de lectura en una plaza al lado de la Biblioteca Nacional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Era una acción concreta ante los casos de violencia de género. 

La escritora Gabriela Cabezón Cámara escribió ese mes un texto doloroso y real. Comenzaba así: “Tiradas a la basura, desgarradas, en pelotas: en la montaña asquerosa, un cuerpo como una cosa, como una cosa ya rota”. En nuestro país, durante 2014 277 mujeres habían sido asesinadas por violencia de género. El dato era de La Casa del Encuentro, asociación que creó el primer observatorio de femicidios en la Argentina. Mataban a una de nosotras cada 30 horas.

En abril, un video sacudió las redes sociales: Aixa, de 20 años, contó una situación de violencia y cuán difícil había sido hacer la denuncia. Un medio tituló: “La joven que usó YouTube para que la tomaran en serio en un caso de acoso callejero”. En cuestión de días más de 500.000 personas la vieron, la escucharon, y los debates empezaron a tomar las redes.

Cuando la noche del 10 de mayo de 2015 fue encontrado el cuerpo de la adolescente Chiara Páez enterrado en el patio de la casa de su novio, el puñal de la violencia machista –que ya era tema de preocupación, que ya se discutía en los Encuentros Nacionales de Mujeres, tema sobre el que muchas organizaciones venían trabajando, generando informes y análisis teóricos– terminó de desgarrar las bolsas a las que iban a parar nuestros cuerpos y pasó a ser un tema de todas y todos. 

Tras la conmoción ante el crimen de Chiara, un tuit, entre miles de tuits, hizo borbotear la sangre de tantas. Tantas que faltaban. La periodista Marcela Ojeada dijo en 133 caracteres: “Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales… mujeres, todas, bah… ¿no vamos a levantar la voz? NOS ESTÁN MATANDO”. Bastaron 48 comentarios en la publicación para gestar un movimiento inimaginable. 

El intercambio en Twitter siguió en un chat privado y ganó espacios de asamblea. De entrada se acordaron dos cosas: marchar el 3 de junio y adoptar el nombre que ya se había impulsado para la maratón de lectura de aquel 26 de marzo: #NiUnaMenos. Rápido, después todo ocurrió rápido, con esa velocidad propia de las redes sociales. Eran periodistas o comunicadoras, algunas con muchísimos seguidores, con mayor o menor o nula militancia en cuestiones de género, pero todas hartas de cubrir historias de violencia hacia las mujeres. La clave era “interpelar a esas personas a las que el feminismo aún no había llegado”, dice Marina Abiuso, que entonces trabajaba en revista Noticias y estuvo en esa primera línea del NUM. Y de nuevo, rápido, vieron cómo las aguas retrocedían solo para tomar fuerza. 

“Cuando amigas que no eran periodistas ni de ámbitos feministas empezaron a mencionar la movida, cuando las fotos de perfil de WhatsApp eran todas una sola y decían #NiUnaMenos, cuando vimos que se volvió imperioso hacer el cartel, fotografiarse, subirlo a las redes y ningún político quiso quedarse afuera –dice Abiuso–, ahí sentí que la consigna traspasó.”

Los feminismos que ya habitaban las redes lograron tomar la palabra. Las mujeres, siempre tan ciudadanas de segunda, hicieron de los espacios digitales una kermés, y disputaron debates virtuales en relación a sus derechos. La decisión de que la convocatoria de ese primer 3J no tuviese una cara conocida, de que fuese horizontal, de que esto era por todas, permitió que las personas se apropiaran de la revuelta en el mejor sentido posible: todo el mundo empezó a sentirse parte de la convocatoria y se vio impulsado a convocar. 

“Cuando llegó la movida a Tierra del Fuego, específicamente a Río Grande, con otras dos compañeras estábamos haciendo un programa en Radio Nacional. Sabíamos que algo nos pasaba en relación a la violencia de género y al tratamiento que se le daba en los medios, pero no sabíamos qué era. Por esos días nos pusimos a organizar la marcha en nuestra ciudad y lo entendimos: éramos feministas”, dice la periodista Lorena Uribe.

En el libro Ni Una Menos, de Paula Rodríguez, que reúne una multiplicidad de voces para narrar la potencia del NUM, la periodista Soledad Vallejos dice: “En los 70 hubo un movimiento feminista muy fuerte del cual ahora no tenemos dimensión, pero ese movimiento queda asfixiado por el golpe de Estado. Y cuando vuelve la democracia, no se logra reconstruir, por lo menos en esos términos, y queda obturado. Hay un equívoco en la cultura argentina sobre lo que es el feminismo, hay ideas absurdas. Es un tema de derechos humanos, ni más ni menos. No es otra cosa. No es pisotear a nadie ni devolver un golpe. Hay una definición que a mí me gusta, que dice que el feminismo es un humanismo”.

Entre el 11 de mayo y el 3 de junio de 2015 se publicaron 643.613 tuits con el hashtag #NiUnaMenos. Pero la cifra que importa es otra: ese miércoles 3, según datos del libro de Rodríguez, solo en la ciudad de Buenos Aires, frente al Congreso de la Nación, se congregaron alrededor de 250.000 personas. Y hubo manifestaciones en más de 120 ciudades y pueblos de la Argentina que, se estima, reunieron a otras 100.000 personas.

Dar el salto de lo virtual a lo real también activó campañas como #DelaFotoalaFirma, para comprometer realmente a los funcionarios que adherían al grito de Ni Una Menos. Además, hasta 2015, los únicos datos sobre femicidios eran relevados por La Casa del Encuentro, pero después del 3J la Corte Suprema de Justicia de la Nación comenzó a llevar un registro de datos estadísticos de las causas judiciales por muerte violenta de mujeres por razones de género. En 2016 la Defensoría del Público de la Nación publicó una “Guía para el tratamiento mediático responsable de casos de
violencia contra las mujeres”. En 2017 se sancionó la ley 27.412
de Paridad de Género en Ámbitos de Representación Política. En 2018, la Ley Micaela. Al año siguiente se crearía el Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidades.

El colectivo Ni Una Menos Córdoba también está conformado por un grupo de periodistas y comunicadoras. Hoy siguen habitando lo digital, aunque acotaron su rango de acción a lo posible: concentran esfuerzos en la búsqueda de mujeres, lesbianas, travestis, trans, no binaries, que faltan de sus hogares en su provincia. “Usamos nuestras redes sociales como mecanismo de difusión, para apoyar a las familias, y como modo de presionar a la Justicia y a la Policía para que sostengan la investigación. Como somos periodistas siempre chequeamos la información, consultamos fuentes fiables y por eso hemos ganando legitimidad”, dice Josefina Rodríguez, miembra del colectivo. A pesar de que conocen muy bien las reglas del algoritmo, ellas no necesitan seguirlas: saben que todo lo que comparten se replica y que el alcance solo se dimensiona ante situaciones imposibles: una vez, una chica que estaba siendo intensamente buscada fue encontrada gracias a que un colectivero de la red interurbana vio la publicación sobre la joven en las redes de NUM Córdoba. 

Las compañeras de Tierra del Fuego, durante ese mismo 2015, crearon un grupo de WhatsApp en la provincia, que sigue activo. “Estamos conectadas, es un herramienta que funciona de soporte. Traficamos información acerca de los feminismos y disidencias, desde allí también se activan las movidas del 8M, 3J, 25N”, dice Lorena Uribe. 

El lila nos fue abrazando en las calles y en las plazas on line. El lila de a poco se fue hermanando con el verde. “Miles de mujeres que no se habían reconocido como feministas en otro momento se sumaron a participar activamente de los movimientos. Tomaron incluso el compromiso de formarse, transformar relaciones en espacios laborales, reorganizar sus movimientos políticos. Esto sucedió, en gran parte, gracias al nuevo escenario en la comunicación y el activismo que promovió el mayor acceso a diversas tecnologías de información y a la producción independiente de datos”, dice el documento “La innovación política desde los feminismos”, elaborado por Asuntos del Sur y Economía Femini(s)ta.1 

En enero de 2018 un actor argentino dijo sentirse feliz porque su ex pareja sería madre y por lo tanto se realizaría como mujer. El indignómetro comenzó a subir. Una actriz contó que había abortado, un cantante hizo un comentario machista, una modelo lo cuestionó, pero aclaró que ella no era feminista. Las redes se encendieron de nuevo y el #SoyFeminista se volvió reivindicación, orgullo, bandera en la búsqueda del reconocimiento de nuestros derechos. Pero había uno que aún faltaba ganar: el de poder decidir sobre nuestros cuerpos. 

Al mes siguiente, el proyecto de ley impulsado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito fue presentado por séptima vez en el Congreso, y el Presidente de la Nación dio el visto bueno para que sea debatido en el recinto. A partir de entonces las redes fueron más nuestras que nunca. Solo en Twitter la palabra aborto y los hashtags #AbortoLegal y #AbortoLegalYA fueron mencionados 29.304.692 veces, cuando ese mismo año, #Rusia2018 y #VamosArgentina se nombraron en menos de 16 millones de oportunidades. Un filtro de pañuelo verde para aplicar en Instagram, creado por dos jóvenes, se usó tres millones de veces en menos de 24 horas. Y nacieron experiencias nuevas, innovadoras, de participación ciudadana, como Activá Tu Congreso. 

Mercedes D’Alessandro es economista y vivía en Nueva York en esos días en que crecía la marea verde en la Argentina. Desde lejos pensaba de qué manera sumarse, aun a la distancia. Sabía que los estadounidenses acostumbran mandar cartas a los legisladores, conocía una experiencia en Brasil que fomentaba a enviar mails a los funcionarios y pensó que podía encontrar una forma para que las argentinas pudiesen contactar a los diputados y las diputadas, en el marco de la votación por la IVE. Así nació Activá el Congreso, una plataforma que permitía enviar tuits a los representantes, preguntarles por qué aún no decidían su voto, contarles qué se esperaba de ellos, incentivarlos para que voten a favor. “Mi manera de participar fue darle la posibilidad de participar a otras”, dice ahora, mientras revive esa experiencia que permitió abrir un canal de participación ciudadana poderoso: desde la plataforma se dispararon más de 220.000 mensajes y la visitaron 172.000 personas (72% fueron mujeres y 40% jóvenes entre 18 y 24 años). Para D’Alessandro “se generó un nuevo relato con respecto a la capacidad ciudadana de influir directamente en la toma de decisiones”.

Por su parte, Economía Femini(s)ta abrió una planilla de Excel, de edición pública, que compartió por las redes sociales, para que la comunidad on line ayudara a completar las posiciones que se podían inferir de los y las diputadas, a partir de declaraciones que ellos mismos iban haciendo en los medios. Así se fue contabilizando el poroteo: quiénes estaban a favor, en contra, quiénes indecisos. 

“La ciberacción concitó un entusiasmo inusitado, con cifras de participación de cuentas y tuits desbordantes de información, argumentos y emojis que sorprendieron a más de un analista de redes”, dice Claudia Laudano, integrante de la Campaña, en el texto “Aborto y redes” publicado en Sociales en Debate, cuadernillo de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.2

A fines de 2020 el #SeráLey se convirtió en #AbortoLegal con la ley 27.610.

Acompañando todo ese espíritu que se respiraba en el universo digital, importa otro dato: según Open Democracy, desde 2018 la revolución digital comenzó a mostrar también su poder en América Latina a través de la creación de blogs y periódicos on line con perspectiva de género. “Durante la última década se han creado docenas de proyectos que muestran los diferentes puntos de vista sobre el feminismo, y hablan de aquellos grupos sociales aún infrarrepresentados en los medios mainstream”, afirma OD en un artículo publicado en su página web.3

Latfem es uno de esos proyectos, se fue moldeando al ritmo de los latidos que marcó el NUM. Agustina Paz Frontera, una de sus fundadoras, dice: “mirábamos los medios de comunicación, el morbo y la espectacularización con la que se cubrían las casos y nos preguntábamos si había otra forma de narrar: y si había otras formas, ¿podían modificar esta realidad?”. Latfem se lanzó el 8 de marzo de 2017, primero fue un blog, a modo de ensayo y haciendo uso de las posibilidades que da la tecnología sin otra inversión que el tiempo dedicado. Logró imponerse desde Buenos Aires como revista digital y fundar una Red de Periodistas Feministas de América Latina y el Caribe.

En Santa Fe, un grupo de mujeres, trans, lesbianas, también abrazadas por la comunicación, el periodismo, las artes visuales, y unidas “quizás a través del hartazgo, en la ebullición del movimiento feminista”, crearon Periódicas. Primero era un espacio que cuestionaba y repudiaba malas prácticas periodísticas en las coberturas de temas de género, luego quisieron ser algo más y fundaron la revista digital “para disputar el espacio mediático”, dice Ana Clara Nicola.

“La tecnología puede facilitar el empoderamiento de las mujeres y las niñas en todo el mundo”, dijo Csaba Kőrösi, presidente de la Asamblea General de Naciones Unidas, este 8 de marzo de 2023. Pero también dijo que, en la actualidad, “solo el 57% de las mujeres utiliza Internet”. A esta preocupación se suma otra: el espacio digital dejó de ser ese territorio del que pudimos apropiarnos en nombre de la defensa de nuestros derechos. 

“Las redes sociales se convirtieron en un espacio de militancia descomprometida, donde hay personas que son activistas de quince causas, sentadas en living de su casa, y eso a la larga redunda en una suerte de banalización y vaciamiento. Hoy la propuesta es que el mensaje debe ser sintético, viralizable, si es con un posicionamiento extremo mejor. Todo eso le hace mal a la discusión política y por supuesto a la democracia. El espacio cívico virtual que teníamos disponible ya no es el mismo respecto a 7 años atrás, se llenó de burbujas, de trolls, de violencia. Y es un problema para las mujeres y especialmente para las mujeres activistas. El Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) dice que casi el 70% de quienes son objeto de discursos de odio en Internet somos mujeres y la principal motivación son los posicionamientos políticos”, comenta Agustina Paz Frontera.

La periodista Lorena Uribe, de NUM Tierra del Fuego, también percibe que cada vez son más los comentarios de odio y que eso “obliga a replegarnos”. Lo notan en especial cuando comparten publicaciones con imágenes donde se ven “mujeres militando algún hecho puntual”. También dice que cada vez es más fuerte ver cómo “a las periodistas feministas se nos coarta la posibilidad de salir al aire o de tener espacios en otros medios y esto tiene mucho que ver con que hay una presencia de los grupos antiderechos muy fuerte que nos impide hacer coberturas de los casos que nos interesan”. 

Según un estudio de la Alianza Regional por la Libre Expresión e Información y ONU Mujeres sobre el impacto a la libertad de expresión que tienen los ataques en redes a las mujeres con voz pública en América Latina y el Caribe, el 40% de las entrevistadas manifestó haberse autocensurado y el 80% haber limitado su participación en redes. A comienzos de este 2023 la periodista Marina Abiuso debió cerrar su cuenta de Twitter por el nivel de hostigamiento recibido. Ella también siente el retroceso de lo discursivo y se pregunta qué nuevos desafíos tienen por delante los feminismos ante esta constelación antidemocrática. 

A pesar de que cierta oscuridad sobrevuela el universo on line, de que estamos en un momento donde debemos repensar nuestro modo de habitar el espacio digital, las posibilidades que nos dan las herramientas tecnológicas –para manifestarnos, para impulsar causas políticas, para conquistar derechos, para gritar que estamos hartas– siguen siendo destellos de luz. Cuando nos conectamos, algo se enciende: se parece a ir a una plaza para encontrarnos. Allí debatimos, nos sostenemos, organizamos los caminos de la lucha. Y ante ese esplendor, la democracia echa nuevas raíces y contempla cómo afuera florecen las verdaderas redes.

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