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Producción y consumo de las noticias de inseguridad en tiempos de Internet
Brenda Focás
Introducción
En los últimos diez años los cambios en el ecosistema mediático han sido tan vertiginosos que las investigaciones académicas y de mercado sobre el tema han quedado rezagadas frente a la velocidad del fenómeno. La incorporación de Internet revolucionó distintas dimensiones de la vida social, pero sin dudas fue clave en las transformaciones en el sistema de medios y en los procesos productivos de trabajo en las redacciones periodísticas.
Así, el actual panorama de medios se caracteriza por la pérdida de una agenda común entre medios y público debido a la multiplicación de la oferta, audiencias multitasking –esto es que están expuestos a una variedad de medios al mismo tiempo–, periódicos que dejaron de ser portadores de primicias y plataformas segmentadas entre públicos diferentes, entre las principales razones. A esto se suma el crecimiento de los medios virtuales, con noticias que cambian minuto a minuto en los portales, lo que lleva a un consumo de la información más ecléctico y veloz. Las redes sociales, por su parte, también han canalizado la proliferación de noticias que provienen de los medios tradicionales, pero también de los ciudadanos que ponen en circulación más información desde sus cuentas personales. Estamos, sin dudas, ante un nuevo consumidor multimediático, receptor de diferentes medios por un lado, y a la vez productor de información que circula por los dispositivos tecnológicos y que disputa con el periodismo profesional su monopolio de la veracidad sobre los hechos.
Así, el último informe del Digital News Report (Reuters Institute, 2022), basado en datos de seis continentes y 46 mercados, entre los que se incluye la Argentina, muestra que durante la pandemia se aceleraron aún más los cambios estructurales hacia un entorno mediático más digital, móvil y dominado por las plataformas, con nuevas consecuencias para los modelos de negocio y los formatos del periodismo.
Como consecuencia de estas transformaciones en el ecosistema mediático, las audiencias han logrado una mayor visibilidad, tanto mediante las métricas como con los comentarios, retuits y reacciones ante la información mediática. Pero también se ha agudizado la desconfianza, el hartazgo y el desinterés frente a las noticias. Este fenómeno no es aislado, sino que está en sintonía con el análisis global. Según el mismo informe, el porcentaje de gente que evita las noticias ha aumentado en todos los países. Esta evasión selectiva se ha duplicado tanto en Brasil (54%) como en el Reino Unido (46%) en los últimos cinco años, y mucha gente comenta que las noticias le producen un efecto negativo en su estado de ánimo. Un porcentaje significativo de personas jóvenes y menos educadas dicen que evitan las noticias porque pueden ser complicadas de seguir o de entender; esto sugiere que los medios podrían hacer mucho más para simplificar el lenguaje y explicar o contextualizar mejor las informaciones complejas. La desconexión es también un signo de las dificultades para atraer a ciertas audiencias en el entorno digital. Al mismo tiempo, el informe muestra una tendencia que se aceleró en la pospandemia en la mayoría de los países: la disminución de la gente que dice estar muy interesada en las noticias. En algunos, como la Argentina, Brasil, España y el Reino Unido, estas caídas se acumulan desde hace tiempo.
La multiplicación de la oferta también permite que cada quien confíe en un grupo de medios específicos y no en el resto. La desconfianza promueve nuevos contratos de lectura, mucho más frágiles que los que había unos años atrás. A su vez, sigue aumentando el consumo sucesivo o paralelo de distintos medios, por lo cual ya no se trata de ver el efecto de cada uno en particular, sino que ahora se trata de poder captar el impacto en su conjunto. Este panorama mediático y de los públicos, diferente al de hace apenas una década atrás, genera desafíos y sugiere la necesidad de indagar en este horizonte cambiante.
Este preámbulo sirve para contextualizar el interés de este artículo: la producción y circulación de las noticias de delito y de inseguridad en tiempos de Internet. En este breve recorrido nos preguntamos cómo se modificó la cobertura de este tipo de noticias a partir del avance de la digitalización en las redacciones y los modos en que esto ha impactado en las audiencias.
La “inseguridad” mediatizada
La vuelta de la democracia vino acompañada de distintos cambios en la cuestión social. En esta transición se fue configurando un nuevo escenario donde el delito fue creciendo tanto en las estadísticas como en la preocupación social. Como muestra Kessler (2009), con la renovación democrática los delitos comunes que mayor interés concitaron en los medios fueron aquellos que evidenciaron alguna vinculación con la dictadura reciente. La inseguridad como problema público y sección mediática estable comienza a establecerse desde mediados de la década de 1990, cuando se produce un importante incremento del delito a nivel nacional. La creciente sensibilidad frente a la inseguridad constituye, para Kessler y Merklen, el efecto de “un desfase entre una expectativa socialmente construida de protecciones y las capacidades efectivas de esa sociedad para proporcionarlas” (2013: 30).
La inseguridad ocupó desde entonces una preocupación central en la sociedad argentina. Coherente con ello, la representación mediática del delito experimentó una transición cuantitativa y cualitativa en los medios de comunicación y en las redes sociales. La noticia policial tradicional se convirtió en “noticia de inseguridad” y adquirió nuevas características: generalización (“todos estamos en riesgo siempre y en cualquier lado”), fragmentación (un relato episódico de cada hecho, sin el contexto ni las causas generales), una creciente centralidad en las víctimas (frente a lo cual el debate sobre la criminalidad adquiere una fuerte emocionalidad), una figura que se repite como objeto de temor, el delincuente joven varón y pobre y la apelación a “olas o modas delictivas” (un tipo de delito que parece en cada momento ser el más frecuente, pero que cuando se evalúan los datos objetivos no suele haber variado mucho en su ocurrencia y se puede pensar que el objetivo era generar un mayor impacto). Sin embargo, no hay acuerdo entre estudios que muestren una relación directa entre estos cambios y el aumento del temor ciudadano, aunque sí hay consenso en que los medios contribuyen a crear una agenda social sobre delitos existentes y riesgos posibles, como muestran distintos trabajos locales e internacionales. Este escenario permite inferir que la alta exposición mediática de lo criminal y de lo inseguro podría tener alguna incidencia en la expansión del sentimiento de inseguridad, e incidir por lo tanto en la opinión pública sobre este sensible tema.
El impacto de la digitalización
Como es sabido, Internet se convirtió en los últimos años en una plataforma de procesos de interacción on line que amplió la posibilidad de participación a personas no expertas (López y Ciuffoli, 2012). La difusión de las redes sociales constituye el punto más desarrollado de estas nuevas formas de participación en un proceso inédito y contundente. Cefaï y Pasquier (2003) entienden al público, por un lado, como una audiencia mediática, y por el otro, como un colectivo de ciudadanos preocupados por un tema. El público en las redes sociales es un público que ejerce por definición la acción de participar.
En el caso de la inseguridad, se trata de un tópico familiarizado para los medios de comunicación que mantiene una omnipresencia en los medios digitales y en las redes sociales. De hecho, para muchos gobiernos, organismos internacionales y parte de la sociedad, los medios de comunicación se han convertido en “culpables de la inseguridad”: son sensacionalistas, exageran sus noticias e inculcan temor. Sin duda, las imágenes truculentas y las representaciones plagadas de ribetes sensacionalistas colaboran para que las noticias policiales sean señaladas como “exageradas”, “amarillistas” o lisa y llanamente “macabras”.
En relación con las redes sociales se observan dos tipos de procesos: por un lado, el rol del ciudadano-policía que envía videos de supuestos robos, muchas veces fuera de contexto y que no se corresponden con la fecha actual, con el fin de generar incertidumbre en el plano político. Esta acción va de la mano del fenómeno de la desinformación y de las fake news, características relevantes, como vimos, del actual ecosistema mediático. La segunda cuestión que se observa en relación con las noticias de inseguridad y las redes sociales es el señalamiento de victimarios con sus nombres y fotografías, acusándolos de ser culpables de crímenes y violaciones. Estas denuncias mundanas rápidamente se viralizan, entorpeciendo los procesos judiciales, y generando la ira y el escrache mediático de ciudadanos ávidos de venganza.
Por otro lado, en relación con la cobertura de hechos policiales, Internet ha modificado de forma sustancial las rutinas de trabajo periodísticas. La disposición de nuevas tecnologías dotó al periodismo de variados recursos para relatar casos policiales, entre los cuales es destacable la disposición de contenidos provenientes de las redes sociales y las cámaras de seguridad (Calzado, 2015). El contenido de las cámaras de seguridad aparece como un recurso importante no solo por las posibilidades que ofrece para dilucidar rincones oscuros de las causas judiciales, sino también por aportar imágenes que, a partir del insistente uso que de ellas hacen los medios de comunicación, resultan centrales en la construcción de las tramas dramáticas de los casos. Prueba de ello fue, en los últimos años, el uso de las cámaras de seguridad en las coberturas de las noticias policiales y la proliferación de programas dedicados a emitir lo que graban las cámaras urbanas.
Las redes sociales, por otra parte, dan acceso a las imágenes de las víctimas (fotografías) y permiten, también, conocer sus gustos, pensamientos y amistades. El acceso a los perfiles de las víctimas, a las imágenes de su cotidianidad y a su mundo íntimo se convirtió en un recurso ineludible para los periodistas en la cobertura de casos policiales. La disposición del material circulante en las redes sociales presenta renovados dilemas éticos para la práctica periodística en el contexto de una imbricación cada vez más compleja entre el espacio público, privado e íntimo (Raimondo Anselmino et al., 2015).
También los familiares de las víctimas (en general mujeres que desaparecen de su entorno y se sospecha que fueron secuestradas) utilizan esta red social para amplificar la búsqueda, tal como sucedió con los casos de Ángeles Rawson, Candela Rodríguez o Lola Chomnalez.
Por último, ¿cómo impactan estos cambios en las audiencias? De muchas y variadas formas. Los procesos de recepción de las noticias tienen principalmente dos dimensiones, una cognitiva y otra emocional-afectiva, que se activan cuando miramos, leemos, en fin, consumimos información. En el caso de las noticias delictivas las audiencias dan cuenta de cierto hartazgo y saturación, ya que este tipo de información es el que más visibilidad tiene en los portales y cuyos videos se viralizan en cuestión de segundos. Distintas investigaciones muestran que, a pesar de que la información les resulta relevante, las audiencias se cansan, hastían o aburren frente a la omnipresencia de las mismas noticias durante semanas (Focás, 2020). De ser un tópico novedoso, la inseguridad pasó a ser un tema de la agenda cotidiana, y por eso, muchas veces, de menor curiosidad e interés entre los entrevistados. Este proceso de “insensibilización” se produciría por la reiteración incesante de los mismos contenidos, lo que genera una aparente inocuidad e indiferencia frente al tema del delito (ibídem; Calzado, 2015).
Lo cierto es que las noticias de inseguridad siguen liderando las métricas de los portales, sus videos se viralizan y en las redes sociales prolifera la conversación sobre estos temas. El policial siempre fue un género de atracción para los públicos (y de uso político) pero con la masificación de Internet y el posicionamiento de la inseguridad como un problema público, el tema adquirió un espacio preponderante. Este escenario de saturación de noticias de delito y de inseguridad muchas veces conspira con el normal desarrollo de la democracia, generando climas de incertidumbre, punitivismo y temor en las audiencias.
Bibliografía
Calzado, M. (2015). Inseguros. El rol de los medios y la respuesta política frente a la violencia de Blumberg a hoy. Buenos Aires: Aguilar.
Cefaï, D. y Pasquier, D. (2003). Les sens du public. Publics politiques, publics médiatiques. París: PUF.
Focás, B. (2020). El delito y sus públicos. Inseguridad, medios y polarización. Buenos Aires: Unsam Edita.
Focás, B. y Kessler, G. (2022). “Recepción de noticias sobre delito, violencia e inseguridad”. En Aruguete, N., Becerra, M., Kessler, G. y Raimondo Anselmino, N., El delito televisado. Cómo se producen y consumen las noticias de inseguridad y violencia en Argentina. 2016-2020. Buenos Aires: Biblos.
Galar, S. y Focás, B. (2018). ¿Víctimas virtuales? Inseguridad, públicos y redes sociales en Argentina. InMediaciones De La Comunicación, 13(1), 241-260.
Kessler, G. (2009). El sentimiento de inseguridad. Sociología del temor al delito. Buenos Aires: Siglo XXI editores.
Kessler, G. y Merklen, D. (2013). “Una introducción cruzando el Atlántico”. En Castel, R., Kessler, G., Merklen, D. y Murard, M. Individuación, precariedad, inseguridad ¿desinstitucionalización del presente? Buenos Aires: Paidós.
López, G. y Ciuffoli, C. (2012). Facebook es el mensaje. Oralidad, escritura y después. Buenos Aires: La Crujía.
Raimondo Anselmino, N., Reviglio, M.C. y Diviani, R. (2015). “Esfera pública y redes sociales en Internet.” ¿Qué es lo nuevo en Facebook? Revista Mediterránea de Comunicación, 7, pp. 211-229.
van Dijck, J. (2016), La cultura de la conectividad. Una historia crítica de las redes sociales. Buenos Aires: Siglo XXI editores.