Tecnología y participación política: los vaivenes de una promesa

Gabriel Vommaro

1. Presentación

Los inicios del actual ciclo democrático volvieron a traer una expansión del activismo político en general y de la militancia partidaria en particular. El optimismo de las ciencias sociales con el nuevo tiempo se expresó en la esperanza depositada en los nuevos movimientos sociales que organizaron parte de este activismo. En tanto, las grandes movilizaciones alfonsinistas, la vuelta del peronismo a las calles, la renovada política estudiantil en las universidades y escuelas secundarias daban cuenta de que los partidos volvían a ser, luego del ciclo autoritario, espacios atractivos para el involucramiento político. Pronto esto abarcó a todo el arco político: a peronistas y radicales se sumaron nuevos partidos como el Intransigente (PI) y el Movimiento al Socialismo (MAS), a la izquierda, y la Unión del Centro Democrático (UCeDé), a la derecha. El brazo estudiantil de esta última, la UPAU, fue el primer experimento exitoso de activismo juvenil de derecha, del que saldría una parte significativa de los cuadros del PRO, pero también del peronismo. Los partidos escenificaban esa capacidad de movilizar energías en grandes actos en estadios y plazas. Sin embargo, más pronto que tarde a aquella primavera democrática le sucedió, con el final precipitado y fallido del ciclo alfonsinista, la crisis económica y el giro neoliberal del peronismo, el desencanto, cuyo punto cúlmine fue la apatía y el distanciamiento de la política institucional que tuvo lugar a partir de mediados de la década de 1990.
Algunos diagnósticos de la época atribuyeron a la “mediatización” de la política buena parte de la responsabilidad de este alejamiento del activismo. Para estos diagnósticos, el medio, en especial la televisión –cuya oferta por cable se masificó en la Argentina a partir de fines de la década de 1980–, había ahogado el mensaje con sus constreñimientos: espectacularización, frivolización, primacía de la imagen, reducción del espacio para la argumentación… Otros análisis, más optimistas, veían en la televisión un vector de democratización, tanto por posibilitar la formación de una plaza pública masiva como por habilitar la expansión de interpretaciones sobre la vida en común, al articular como ningún otro medio la relación entre política y vida cotidiana. Desde entonces, la cuestión de la tecnología siempre estuvo en el centro de las indagaciones sobre la militancia. De hecho, coordenadas similares del debate volvieron a imponerse cuando, tiempo más tarde, la llegada de Internet trastocó tanto las mediaciones como las escenas de la vida política. Nuevamente, algunos subrayaban las potencialidades políticas de Internet para el florecimiento de la participación democrática: al reducir los costos de la coordinación y de la participación, la tecnología podía favorecer el activismo e igualar las posibilidades entre quienes poseían grandes recursos para financiar organizaciones y quienes no contaban con ellos. Frente a esta posición, otros argumentaron que Internet y las redes sociales eran terreno de manipulación de la información y los discursos de odio que hacían crecer la bronca y el desencanto con la política. Este texto no pretende zanjar ese debate, que da cuenta del rol ambiguo de la tecnología en relación a la participación política. En cambio, se propone repasar esa controversia para mostrar sus principales argumentos y sus modos de pensar la relación entre tecnología, participación y democracia.

2. La televisión: ¿ágora masiva o destructora de la vida política?

Tras los años de florecimiento de la relación entre los ciudadanos y la política, a partir de la década de 1990 se asiste a un tiempo de distanciamiento y apatía con los partidos y, en buena parte, con la política en general. El final precipitado y la mala performance económico-social del gobierno de Raúl Alfonsín, el giro neoliberal del peronismo en los años de Menem y la centralidad de la corrupción como problema público y encuadre crítico de la política institucional se encuentran entre los factores principales de esta crisis. José Nun (1991) escribió en esos años que la democracia dejó de ser un asunto del pueblo para ser percibida como el gobierno de los políticos. Se inicia así una “espiral de deslegitimación” que lleva a que la política deje de ser un lugar de imbricación y captura de energías políticas para volverse un espacio ajeno, extraño y hasta criticado por los legos. La crisis de la democracia es un tópico central de las ciencias sociales latinoamericanas, justo en el momento en que los regímenes democráticos parecían consolidarse en la mayoría de los países del continente. Aunque buena parte de los debates por estas tierras se hacían eco de las teorizaciones europeas sobre la posdemocracia, gobernada por criterios técnicos antes que ideológicos, cuando el “pensamiento único” parecía imponerse en el mundo occidental. Por aquí y por allá, el problema era la crisis del mundo público. Y en esas disputas, siempre, los medios audiovisuales ocuparon un lugar destacado. La extensión del espacio audiovisual, con temporalidades diferentes en el Norte y en el Sur del mundo, trastocó los modos de existencia de la vida política. La televisión –en especial los programas políticos multiplicados con la masificación del cable– se volvió locus de acontecimientos políticos, los ciudadanos parecieron quedar reducidos al lugar de espectadores, y las ideologías se encontraron confinadas a la lógica de la publicidad política. En ese contexto se sitúa el debate entre optimistas y pesimistas, o apocalípticos e integrados en los términos popularizados por Umberto Eco, quienes interpretaron esta transformación con sentidos opuestos.
En Europa, por caso, mientras Giovanni Sartori hablaba del homo videns como un tipo de ciudadano alejado de la política que vive en un mundo de opiniones teledirigidas, es decir de ignorancia política y manipulación mediática, Dominique Wolton celebraba la aparición de un nuevo espacio público mediático en el que los ciudadanos podían ser tenidos en cuenta a partir de su aparición en las mediciones de opinión pública.
El debate tuvo su versión argentina en el contrapunto entre Oscar Landi (1992), quien defendía una mirada positiva de los efectos de la televisión sobre la política, y Beatriz Sarlo (1992), quien al contrario enfatizaba los efectos negativos de la telepolítica, cuya velocidad en la narración de los hechos conspiraba contra la argumentación política. Landi estaba interesado en el modo en que la televisión lograba ensamblar elementos de la cultura de masas con la cultura popular para producir una narrativa política democrática, en el sentido de asequible para las ciudadanas y los ciudadanos con una relación distante con la política. Con un beneplácito similar observaba el formato del videoclip, que conectaba con la experiencia fragmentaria de sus contemporáneos. En definitiva, la televisión no era solo un hecho cultural irreversible, sino que también podía ser un espacio de dramatización del devenir político argentino abierto a la sociedad, incluso para los legos que viven la política con mayor ajenidad. Estos, a su vez, no podían ser vistos como receptores pasivos, sino que se valían de herramientas –entre las que Landi ubicaba al zapping– para elaborar los mensajes que recibían.
Al poco tiempo, Beatriz Sarlo publicó en la revista Punto de Vista una reseña crítica del libro de Landi. Para Sarlo, la televisión se basaba en una “idea abstracta de ritmo” que iba en contra de la narración y de la argumentación política. Asimismo, en consonancia con lo que afirmaba por entonces Pierre Bourdieu, la televisión representaba finalmente el triunfo de la lógica comercial por sobre cualquier otro principio de representación de la realidad. La televisión no solo trataba a los ciudadanos como audiencia, sino que también reforzaba su reducción al lugar de consumidores. En este contexto, la autora criticaba por su candidez las miradas que encontraban potencia democrática donde ella veía una suerte de comida chatarra que contaminaba la deliberación política.
Aunque valoraban este hecho de maneras opuestas, optimistas y pesimistas admitían que la televisión había capturado buena parte de las escenas políticas. Y ciertamente la política institucional se volvió un hecho mediático. En un trabajo anterior (Vommaro, 2008) tratamos este fenómeno como la conformación de un espacio de la comunicación política del que el activismo y la acción colectiva estaban excluidos. Los efectos de este confinamiento de la política a las escenas mediáticas no tenían que llevar necesariamente a la apatía y la desafección. Llevaron, más bien, a un desenganche de las energías militantes de los partidos y la vida institucional, pero ese activismo comenzó a desplegarse en otros espacios. De hecho, años más tarde, en torno a los acontecimientos de diciembre de 2001, la movilización y el involucramiento políticos volverían a estar en el centro de la escena, y las energías ciudadanas volverían a volcarse a las calles y a las plazas, aunque a partir de formas más inorgánicas, menos institucionalizadas.
Poco después de que la ciudadanía desafiara este confinamiento de la política en los medios audiovisuales, otra innovación tecnológica trastocaría los términos de la relación entre ciudadanos y política: la llegada de Internet redistribuiría flujos y sentidos de la comunicación, y tendería a desplazar la vida pública de la televisión a las redes. Esta vez la innovación sería vista, por las miradas optimistas, como una vía de empoderamiento de los ciudadanos.

3. Las promesas políticas de las redes y sus críticos

Pocas innovaciones tecnológicas produjeron tanto optimismo político como la aparición de Internet. Para muchos observadores, la nueva tecnología volvía posible la utopía democrática de la comunicación horizontal y la participación en el espacio público con bajos costos. Además, la comunicación en redes reducía los costos de la acción colectiva y la movilización ciudadana “desde abajo”. El 15M en Madrid, Occupy Wall Street o la Primavera Árabe funcionaron como confirmación de esta potencialidad democrática de Internet. En el caso argentino, la revolución tecnológica que supuso la comunicación digital, Internet y luego las redes sociales se produjo pocos años después del inicio del proceso de movilización política más intenso del actual ciclo democrático, que tuvo su punto de inflexión en torno a los acontecimientos de diciembre de 2001 y se prolongó por más de una década.1 En los tiempos del florecimiento de la militancia social en organizaciones populares y de la militancia política en los movimientos que organizaron la salida de la crisis, entre los que destacaba el peronismo en su versión kirchnerista, el ideal democrático participativo parecía encontrar sus herramientas tecnológicas. Sin embargo, poco más de una década más tarde, primero en el Norte global y luego en nuestro país y en América Latina, se encendieron algunas alarmas que terminaron por consolidar una mirada pesimista de Internet y las redes sociales cuando asistimos al ascenso de derechas autoritarias. La promesa democrática del espacio público había devenido en un mundo de individualidades recelosas de la vida pública, que vivían cada vez más encerradas en esferas de influencia pequeñas y homogéneas (las llamadas burbujas informativas), en las que la búsqueda de confirmación de las visiones del mundo compartidas por esos grupos (los fenómenos de cámara de eco) acrecentaba las miradas negativas sobre los otros, fragmentando aún más la posibilidad de un espacio democrático común y abriendo más espacio para discursos de odio y generación de fenómenos de pánico moral hacia el adversario político, las diversidades sexuales, los grupos raciales y étnicos subalternos. El ágora virtual era, en estas miradas pesimistas, un mundo dominado por la sobrevaloración del yo, la publicidad de la intimidad, las noticias falsas y la desinformación. Además, en las miradas pesimistas estos fenómenos habían fomentado la polarización política y reducido las posibilidades de entendimiento democrático entre grupos. También, como en el caso de los medios audiovisuales, la concentración de los mercados en pocas manos daba un poder sobre los flujos de información a algunos actores corporativos que, además, en este caso están situados en algunos países del Norte. Como sucedió con la televisión, las evaluaciones sobre Internet y las redes sociales se dieron en un contexto de crisis de la democracia y de dificultad de los partidos tradicionales para conectar con los ciudadanos. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido con los medios audiovisuales, tanto para optimistas como para pesimistas Internet, y en especial las redes sociales, fueron vistas como una herramienta de movilización utilizada por un variopinto número de actores colectivos, desde movimientos sociales y activistas culturales hasta grupos racistas y de derecha radical, pero también habían permitido el surgimiento de un nuevo tipo de activismo, asociado a una nueva mediación entre la política y la sociedad, que son los influencers. Cuentapropistas del espacio público digital, los influencers se volvieron un signo de una época de crisis de las mediaciones institucionales. Desde publicistas de ideas conservadoras hasta promotores de causas sociales, estos actores centrales de la esfera pública digital comienzan a ser estudiados por las ciencias sociales. Nuestro estudio sobre influencers conservadores (Kessler, Vommaro y Paladino, 2022) muestra algunos rasgos centrales de estos actores: exigidos a encontrar, través del ensayo y error, un discurso que los distinga en el magma de la comunicación digital, trabajan para acumular seguidores a partir del impacto de sus intervenciones públicas, en especial en coyunturas críticas en las que expresan opiniones no vehiculizadas por los medios mainstream. Son así fuertemente dependientes del contexto, pero también de su habilidad para producir engagement de los usuarios. Y lejos de vivir solo de la actividad digital, suelen combinar hechos políticos on line con hechos políticos off line, como la presentación de libros, los actos con seguidores y las conferencias en las que promocionan sus ideas al tiempo que se promocionan como mediadores de su público. En algunas coyunturas participan de movimientos con expresión electoral, como los influencers brasileños que colaboraron con el ascenso de Bolsonaro, pero su secreto está en mantenerse al costado de la política institucional, en una relación de tensión con aquella, que se condensa en el meme como modo de representación de los acontecimientos y los personajes políticos convencionales. Su fuerte es así su plasticidad para conectar a los ciudadanos débilmente representados con la política institucional. Pero lo hacen de un modo irónico y crítico que tensiona el compromiso democrático mismo de esos actores. En estos 40 años de vida democrática hubo dos grandes revoluciones tecnológicas que impactaron en la vida pública. La transformación de la televisión, primero, Internet y las redes sociales, luego, trajeron amenazas tanto como promesas de extensión del espacio público y de favorecimiento del involucramiento político. Lo que está claro es que, si bien las tecnologías crean la ilusión del empoderamiento y la inclusión política, así como la amenaza de manipulación y destierro de la deliberación pública, la participación política tiende a reinventarse, tanto en sus versiones progresistas como en sus versiones conservadoras, desafiando al determinismo tecnológico, así como a una política institucional que tiene, de manera recurrente, grandes problemas para incorporar a sus ciudadanos a la deliberación sobre la vida en común. Probablemente haya que buscar ahí, y no solo en la tecnología, las causas de las crisis frecuentes de nuestra democracia.

Bibliografía

Kessler, G., Vommaro, G. y Paladino, M. (2022). “Antipopulistas reaccionarios en el espacio público digital”. Estudios sociológicos, 40(120): 651-691.

Landi, O. (1992). Devórame otra vez: ¿qué hizo la televisión con la gente? ¿qué hace la gente con la televisión? Buenos Aires: Planeta.

Nun, J. (1991). “La democracia y la modernización, treinta años después”. Desarrollo Económico, 31(123): 375-393.

Sarlo, B. (1992). “La teoría como chatarra. Tesis de Oscar Landi sobre la televisión”. Punto de Vista, 44: 12-18.

Vommaro, G. (2008). Mejor que decir es mostrar: medios y política en la democracia argentina. Los Polvorines: UNGS/Biblioteca Nacional.

1. Martín Becerra analiza el rápido crecimiento del acceso a las tecnologías de la información y la comunicación en la Argentina, a inicios del siglo XXI, en “Accesos TIC 2000-2020 en Argentina ¿20 años no es nada?”. Disponible en https://martinbecerra.wordpress.com/2021/06/16/accesos-tic-2000-2020-en-argentina-20-anos-no-es-nada/ [última consulta: 11 de mayo de 2023].

NIC Argentina
Secretaría Legal y Técnica
Scroll al inicio