Un mundo del trabajo vertiginoso, un trabajo decente posible

Sofía Scasserra

Nací en una familia de clase media en el barrio de Almagro de la Ciudad de Buenos Aires en mayo de 1983. La dictadura llegaba a su fin y comenzaba el período democrático más largo (y, ojalá, infinito) de la República Argentina. Mis recuerdos de pequeña consisten en ver a papá salir a trabajar a la mañana temprano, a mamá cerrar la puerta y quedarnos “solos” los siete en nuestra casa (sí, tengo seis hermanos y hermanas).

Durante el día íbamos a la escuela, volvíamos a casa, hacíamos la tarea, mirábamos tele, jugábamos. Recuerdo que la amenaza a quien se portaba mal era: “¡esperá a que llegue tu padre de trabajar y le cuente!”, como si mi viejo hubiera sido una suerte de bestia que castigaba al enterarse de determinadas cosas. Lo cierto es que se pasaba el día trabajando sin saber mucho de lo que ocurría en la casa y cuando llegaba a la noche estaba tan cansado que pocas ganas tenía de discutir y castigarnos. Ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas de “ocio” rezaba el reclamo pos Revolución Industrial, y algo así habíamos conseguido. 

La disociación entre el tiempo y espacio de trabajo era total en aquellos días. Papá llegaba a casa y era “nuestro”. Los fines de semana salíamos a pasear. Casa de la abuela, Jardín Zoológico, Parque Rivadavia… excepto cuando papá tenía que trabajar. Recuerdo que se sentaba a escribir, había que hacer silencio y mamá “pasaba a máquina” el resultado, para que papá pudiera corregir sus propios errores una vez que tenía el texto escrito a máquina. Mamá volvía a empezar la tarea de pasarlo con correcciones. Aún siento las letras de la máquina golpear con fuerza contra el cabezal mientras mis hermanos y yo hacíamos silencio o mirábamos tele para no molestar.

Llegaron los años noventa y empezaron las transformaciones en el mundo del trabajo tendientes a acelerar las telecomunicaciones. En casa aparecieron dos artefactos singulares: el primer teléfono celular y una computadora con monitor monocromático naranja que mi mamá bautizó “Frida”. La usábamos en D.O.S. y mi mamá estaba feliz de no tener que volver a tipear todo cada vez que había que corregir algo. Papá cada tanto recibía llamadas del trabajo y se encerraba en la habitación a hablar. Pero su teléfono casi no sonaba cuando estaba en casa. Un día apareció un artefacto prometedor: el fax. Recuerdo que papá aventuró que con este iba a poder quedarse más en casa, estar más presente y enviar las cosas del trabajo por ese medio. Esa promesa jamás se materializó y el fax fue también utilizado entre amigos del colegio para pasarnos la tarea o sacar fotocopias de última hora, más que como artefacto que trajera a papá a casa más temprano para no alargar la jornada laboral. Hasta ese momento ninguna tecnología de las que comenzaban a aparecer había logrado romper la lógica de la jornada laboral en la oficina, que separaba los tiempos y espacios de trabajo.

Hasta que un día desembarcó ella: Internet. Eso sí que lo cambió todo. Frida pasó a tener Windows y el novio de mi hermana me explicaba que “abría ventanas” ante mi mirada atónita hacia las ventanas de mi casa esperando ver el milagro. Las primeras cuentas de mail se vivían como si el cartero llegara a tu casa a cualquier hora del día. Y vimos florecer la burbuja de las .com, donde todos parecían correr a conseguir un dominio con su nombre como estrategia para lograr tener un lugar en Internet. Mi papá no se quedaba más tiempo en casa, pero sí empezó a perder fines de semana de paseos por el Jardín Japonés y a la hora de la cena era común que alguien llamara y él se tuviera que levantar para ir a hablar a su dormitorio. Cada vez más, su tiempo no era de él. Mamá trataba de no molestarlo durante el día pero había cosas que era necesario contarle de forma urgente. Yo ya era grande y comenzaba la universidad creyendo que el mundo del trabajo era ese rato que pasabas desconectada de tus afectos haciendo algo por lo que recibías dinero a cambio, para volver a tu casa y disfrutarlo en familia tranquilamente.

Y2K y la ola de pánico. Recesión, estado de sitio y cinco presidentes en una semana. La burbuja de las .com estallaba. Podríamos decir que la tecnología y la política volaban por el aire y nos hacían sentir que comenzaba una nueva era con todas las letras. Nada de transición lenta y con capacidad de adaptabilidad. Los argentinos somos intensos, y esa intensidad de coyuntura sumada a nuestras pasiones hizo –creo– dar vuelta la tortilla como nunca antes. ¿Fue la tecnología? ¿Fue la situación económica y política? ¿Fue todo a la vez? Quizá sí, quizá no.

Lo cierto es que al poco tiempo todos teníamos un teléfono celular en la mano al calor de la llegada del 3G y la recuperación económica que se vivió luego de haber tocado fondo: la adquisición de equipos floreció como nunca. En menos de diez años estábamos comunicados con teléfonos inteligentes, comenzábamos a utilizar apps y cada vez más funciones se agregaban a aparatos que parecían no tener límite. Fascinados, felices y satisfechos, no notábamos que la simplificación de tareas que traía Internet y sus aplicaciones nos iba robando algo muy preciado: la soberanía del tiempo.

Comenzamos lentamente a mezclar el espacio y el tiempo de trabajo. Estábamos en casa y respondíamos mails del trabajo. Estábamos en el trabajo y atendíamos algún tema personal. Todo junto, todo mezclado. Ese vértigo se fue intensificando con los años, hasta que en 2014, con la llegada del 4G y el recambio de equipos celulares, la pérdida de soberanía del tiempo libre fue total.

Muchas veces escucho decir que la tecnología tiene un impacto bestial en el empleo por la pérdida de puestos de trabajo.1 Lo cierto es que eso siempre ocurrió a lo largo de la historia de la humanidad y este momento histórico no se diferencia de otros en relación con este asunto. Lo que sí marca una diferencia es la rapidez con la que el cambio está ocurriendo y cómo hizo perder un reclamo tan básico del movimiento obrero como el de ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas de ocio. Surge una pregunta fundamental: ¿es necesario seguir reclamando volver al esquema de ocho-ocho-ocho? ¿O surgen nuevos derechos?

El primer antecedente del derecho a desconexión digital se puede ubicar en Francia en el año 2016. En esa oportunidad se presentó una ley que introdujo el derecho como un tema obligatorio en la negociación colectiva entre sindicatos y empresas.2 El derecho a la desconexión digital no constituye el derecho a tirar nuestro teléfono a la basura, tampoco es clavarle el visto al jefe. Es el derecho a no recibir llamados ni mensajes referidos a temas laborales fuera de un horario estipulado. Es importante recalcar esto porque la desconexión tiene que ver con la salud mental: con no tener nuestro cerebro ocupado pensando en lo que debemos hacer, en lo que nos dijeron pero no respondimos, en lo que quedó pendiente, etc. Es comenzar a separar las aguas de nuevo. Es poner orden en un mundo hiperconectado que no descansa y desea extraernos datos 24 horas los 7 días de la semana en esta usina del capitalismo digital.

A mi papá el jefe lo miraba a través de una ventana en la oficina. Corría la persiana americana tratando de verlo concentrado en su puesto. Todo cambió bastante desde aquella época: desde el momento en que conversamos sobre la posibilidad de comprarnos un aire acondicionado y luego nos aparecen publicidades de esos electrodomésticos en cada red social que ingresamos, los conceptos de vigilancia y privacidad se han modificado. Se miden métricas de desempeño, tiempos muertos, la cantidad de páginas que visitamos y hasta las teclas que presionamos en el teclado.

Y aquí viene el segundo efecto que tuvo Internet de forma real y palpable durante la década de 2000, mientras no existía una conciencia real de lo que estaba ocurriendo con la revolución digital: la hipervigilancia. En todo el mundo, los trabajadores somos observados. Al principio con un efecto disciplinador, buscando saber qué hacemos, nuestros gustos e inclinaciones políticas para influenciarlas o utilizarlas en nuestra contra. Pero luego esa hipervigilancia fue mutando a escenarios más complejos y absorbentes de nuestra vida. Somos observados y con esos datos se diseñan sistemas para gestionar toda nuestra relación laboral y obviamente, también, reemplazarnos por máquinas, si es posible. La gestión algorítmica del trabajo es básicamente la relación que una persona trabajadora tiene con algoritmos a lo largo de toda su vida laboral:3 encuentra búsquedas de trabajo, logra ingresar a un empleo, se le asignan tareas, se la juzga, se la datifica para análisis automatizados, y luego es descartada en un empleo en base a esas métricas. Toda la relación laboral está atravesada por datos que alimentan sistemas que juzgan de forma automática sin conocer los parámetros bajo los cuales es juzgada. Una suerte de “elige tu propia aventura” algorítmica vis-à-vis el sistema que juzgaba a mi papá, cuyas reglas más o menos él conocía y buscaba cumplir (y tener buena presencia en el momento en que su jefe espiaba por la persiana de la oficina) para darle sustento a su familia. Esta es la tercera gran diferencia hoy día: cada vez sabemos menos qué se espera de nosotros, cuáles son las mejores respuestas para quedar bien con nuestro jefe virtual presente a través de una pantalla y si tener disponibilidad 24/7 es un valor o no.

Nos obligaron a estar disponibles todo el día a toda hora sin saber cuál es el mecanismo que nos juzga del otro lado.

Este “elige tu propia aventura” favoreció el discurso emprendedor. Nos hicieron creer que nos liberamos de jefes y observadores para pasar a ser juzgados y observados por algoritmos y sistemas de vigilancia. No es que el jefe dejó de existir, es que se automatizó. El paradigma freelancer se fue instalando al calor de las nuevas tecnologías, bajo la creencia de que somos dueños de nuestra trayectoria laboral y que podemos elegir. Cuando comencé a trabajar allá en el año 2000 –sí, tenía 17 años–, tener un trabajo en relación de dependencia parecía ser un lujo reservado a unos pocos, debido al desempleo. Hoy es así gracias a un sistema que nos quiere hacer creer que nos autoexplotamos, cuando en realidad existe alguien que aprovecha la intermediación tecnológica para precarizar empleo. 

Así finalmente podemos situar un cuarto gran cambio: la precarización, el surgimiento de cada vez más trabajadores autónomos y cuentapropistas. La intermediación tecnológica habilitó la deslocalización: ¿de qué sirve tener al trabajador controlado al lado de un jefe si lo tengo disponible y vigilado a través de sistemas automatizados? El teletrabajo era un modelo que venía en alza y estalló con la pandemia por COVID-19. Podríamos decir que el miedo que daba la separación total del tiempo y el espacio de trabajo fijos fue superado por una necesidad sanitaria. Hoy día no es un modelo de trabajo que llegó para quedarse en todos los puestos, pero indudablemente encuentra su lugar en distintos puntos del planeta y en puestos donde antes no era considerada una posibilidad. Teletrabajo y trabajadores autónomos no son sinónimos, pero son dos conceptos que maridan muy bien en esta nueva realidad tecnológica.

Esto nos lleva a hacernos más preguntas: si la intermediación tecnológica y comunicacional que trajo Internet nos hizo ganar cierto grado de autonomía, ¿no debería ser la soberanía del tiempo de trabajo un nuevo derecho a conquistar? Mi papá no podía elegir sus horarios. Se iba a la mañana, volvía cansado por la tarde. Así todos los días de lunes a viernes. Si cada día estoy más disponible, si ya no me necesitan al lado de un jefe para controlarme, si saben mi performance, y si tienen dónde ubicarme en el horario pautado, ¿no debería yo poder elegir mis horarios? Pero no como excusa para decir que soy autónoma o cuentapropista, sino como nuevo derecho laboral a conquistar para toda la clase trabajadora: la persona que atiende al público en un centro médico, que podría elegir slots de horas en un sistema automatizado y no tener que negociar con un jefe faltar el día que tiene turno en el médico, sino directamente elegir sus horarios en base a lo que está disponible en sistema, cumpliendo con sus 40 horas semanales; la persona que trabaja en un comercio, que puede atender ventas desde su casa por Internet, así como en modo presencial en el local rotando en la medida que necesite; ni hablar de los trabajos que requieren mediana capacitación y profesionales. Todos debemos pelear por ganar una relativa soberanía del tiempo, derecho que podemos conquistar gracias a la intermediación tecnológica de la que nos embebimos en estos 35 años de Internet en la Argentina.

40 años de vida. 40 años de democracia. 40 años de transformaciones que ¿son para que el ser humano esté al servicio y disposición de la tecnología o son para que la tecnología esté a nuestro servicio mejorándonos la vida? Este es el gran debate de fondo que estamos viviendo. Se discuten derechos individuales, derechos económicos, culturales, de acceso a la información, de libertad de expresión y colectivos. Todo cambió, todo se puso en jaque. Y la pelea por comprender esos derechos en entornos digitales no es otra cosa que responder la pregunta que encabeza este párrafo. La transformación tecnológica es un fenómeno social, y como todo en la sociedad, refleja inequidades, luchas de poder y conquistas. Lo tecnológico es político. Treinta y cinco años de Internet cambiaron nuestro mundo del trabajo de formas jamás esperadas. Conquistar el derecho a la desconexión digital, el derecho a la soberanía del tiempo de trabajo, el derecho a la privacidad en ámbitos laborales, la explicabilidad algorítmica para trabajadores y trabajadoras entre otros derechos, son formas de poner la tecnología a nuestro servicio para que el futuro sea con trabajo decente para todos y todas en los próximos 40 años de democracia en la Argentina. 

1. Luco, A. (n.d.). Las nuevas tecnologías disminuyen los puestos de trabajo. Business Consulting SpA. Disponible en https://www.businessconsulting.cl/las-nuevas-tecnologias-disminuyen-los-puestos-de-trabajo/ [última consulta: 1 de marzo de 2023]

2. Rohsler, E. (2017). France: Employees’ right to disconnect from IT devices – new provisions in force from 1 January 2017. HSF Notes. 5 de enero. Disponible en
https://hsfnotes.com/employment/2017/01/05/france-employees-right-to-disconnect-from-it-devices-new-provisions-in-force-from-1-january-2017/ [última consulta: 1 de marzo de 2023].

3. Ottaviano, J.M. y Scasserra, S. (2022). Home. YouTube. Disponible en https://csa-si.org/observatoriolaboral/wp-content/uploads/2022/12/Informe13-ALGORITMO-ESP.pdf [última consulta: 1 de marzo de 2023].

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